VIGILIA DE DIFUNTOS
(Introducción; Pág. 531 y siguientes del Manual)
» Suele celebrarse la noche del 1 al 2 de noviembre para rezar por los adoradores fallecidos durante el año.
» Es una Vigilia abierta a todos, a la que se invita especialmente a los familiares de los difuntos.
» Tradicionalmente comienza con el rezo del Santo Rosario. A continuación, Santa Misa, Exposición del Santísimo y rezo comunitario del Oficio de Lecturas.
» No se prolonga toda la noche, sino que acaba después de la oración comunitaria de las Horas.
» Es una oportunidad para, además de rezar por nuestros difuntos, reflexionar individualmente sobre la muerte en los múltiples aspectos de esta realidad humana.
Monición introductoria
Monitor:
Hermanos: Nos hemos reunido esta noche para hacer memoria y rezar por nuestras hermanas y hermanos adoradores que han dejado este mundo.
Sus cuerpos, como el de todos nosotros, serán transformados en el día de la resurrección de la carne, entonces gloriosa y perdurable.
Esta es nuestra fe.
Si durante la Solemnidad de todos los Santos se recuerda y honra a los que ya gozan de Dios en el cielo, pensemos que solo a través de la muerte obtuvieron la entrada en el Reino.
Preparémonos también nosotros a ese final jubiloso, y que la Virgen Santísima, a quien vamos a invocar con el rezo del Santo Rosario, nos ayude ahora y en la hora de nuestra muerte.
Rezo del Santo Rosario
La recitación de una tercera parte del Rosario en Iglesia u Oratorio público, o en familia, en comunidad religiosa o en piadosa Asociación tiene concedida Indulgencia Plenaria (Enchiridion Indulgentiarum, nº 48).
Celebración de la Eucaristía
Después de la Comunión se expone el Santísimo en la Forma acostumbrada.
ORACÍÓN DE PRESENTACIÓN DE ADORADORES
De rodillas
Lector:
Creemos, Señor, que estás realmente presente en la Eucaristía, y te adoramos, Jesucristo, Dios y Hombre.
Y porque deseamos expresarte nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor y nuestro deseo de permanecer siempre contigo,
Todos:
Venimos, Señor, a tu presencia.
Lector:
Sintiendo la responsabilidad de prolongar en estas horas de la noche la alabanza que te canta toda la creación,
Todos:
Venimos, Señor, a tu presencia.
Lector:
Para velar contigo esta noche, uniéndonos a tu oración y a tu adoración al Padre, uniéndonos a tu inmolación por toda la humanidad,
Todos:
Venimos, Señor, a tu presencia.
Lector:
Responsables y representantes de la Iglesia que ora, trabaja, ama, sufre,
Todos:
Venimos, Señor, a tu presencia.
Lector:
Unidos por nuestros hermanos difuntos con la Iglesia Triunfante que canta eternamente tu gloria,
Todos:
Venimos, Señor, a tu presencia.
Lector:
Para orar por todos aquellos de entre nosotros que han sido llamados a la Casa del Padre
Todos:
Venimos, Señor, a tu presencia.
Lector:
Para llenarnos de ti, para ser luego signo de tu presencia y de tu Amor,
Todos:
Venimos, Señor, a tu presencia.
Lector:
Deseamos, Señor, fortalecernos con el Pan de Vida para estar siempre disponible, en actitud de servicio, en entrega constante a ti, a la Iglesia, a los hermanos…Y por eso,
Todos:
Venimos, Señor, a tu presencia.
Adoración en silencio
Durante 15 minutos, cada uno en particular reflexionará sobre la muerte como paso a la vida verdadera, y encomendará a Dios a sus difuntos, sin olvidar a los de la Iglesia entera y a los de todo el mundo. Como ayuda para la reflexión se ofrecen los siguientes textos, que no se leerán en público, pero que podrá utilizar privadamente quien los necesite.
Los sufrimientos presentes, el amor de Cristo y la gloria futura.
Rom 8. 18-21, 26-28, 31-39
Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros; porque el continuo anhelar de las criaturas ansía la manifestación de los hijos de Dios, pues las criaturas están sujetas a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien las sujeta, con la esperanza de que también ellas serán liberadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios.
Y el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; mas el Espíritu aboga por nosotros con gemidos inenarrables.
Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas redundan en bien.
¿Qué diremos, pues? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, antes lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con El todas las cosas?
¿Quién nos arrebatará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Según está escrito: "Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día, somos mirados como ovejas destinadas al matadero". Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo venidero, ni las virtudes, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús Señor nuestro.
La muerte y el hombre de hoy, a la luz del Vaticano II
"Nostra Aetate", 1. "Gaudium et Spes", 18.
Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer conmueven íntimamente su corazón: ¿Qué es el hombre, cuál es el sentido y el fin de nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué es el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor? ¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad? ¿Qué es la muerte, el juicio, y cual la retribución después de la muerte? &iquuest;Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia donde nos dirigimos?
El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sea, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.
Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado. Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a El con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte. Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del hombre y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera.
OFICIO DE LECTURAS
Ínvitatorio
(De pie. † Se hace la señal de la cruz mientras se dice:)
Presidente:
†
Señor, ábreme los labios.
Todos:
Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antífona
Salmista:
Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.
Todos:
Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.
Salmo 94
ÍNVÍTACÍÓN A LA ALABANZA DÍVÍNA
Salmista:
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos en su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Todos:
Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.
Salmista
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Todos:
Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.
Salmista
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Todos:
Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.
Salmista
Ojalá escuchéis hoy su voz:
"No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
Todos:
Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.
Salmista
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso".
Todos:
Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.
Salmista
Gloria al Padre, y al Hijo, y al espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Todos:
Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.
En este momento, se retira el ministro celebrante y los concelebrantes.
TURNO DE VELA
HIMNO
De pie
¿Cuándo, Señor, tendré el gozo de verte?
¿Por qué para el encuentro deseado
tengo que soportar, desconsolado,
el trágico abandono de la muerte?
Padre mío, ¿me has abandonado?
Encomiendo mi espíritu en tus manos.
Los dolores de muerte sobrehumanos
dan a luz el vivir tan esperado.
Se acabaron la lucha y el camino,
y, dejando el vestido corruptible,
revistióme mi Dios de incorruptible.
A la noche del tiempo sobrevino
el día del Señor; vida indecible,
aún siendo mía, es ya vivir divino. Amén.
SALMODÍA
Sentados y a dos coros
Antífona 1
Todos:
De tierra me formaste y me revestiste de carne; Señor, Redentor mío, resucítame en el último día.
Salmo 39,2-14.17-18 - I: Acción de gracias y petición de auxilio
Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito:
me levantó de la fosa fatal,
de la charca fangosa;
afianzó mis pies sobre roca,
y aseguró mis pasos;
me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos
y confiaron en el Señor.
Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor,
y no acude a los idólatras,
que se extravían con engaños.
Cuántas maravillas has hecho,
Señor, Dios mío,
cuántos planes en favor nuestro;
nadie se te puede comparar.
Intento proclamarlas, decirlas,
pero superan todo número.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: "Aquí estoy
-como está escrito en mi libro-
para hacer tu voluntad".
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Todos:
De tierra me formaste y me revestiste de carne; Señor, Redentor mío, resucítame en el último día.
Breve pausa para reflexionar.
Antífona 2
Todos:
Señor, dígnate librarme, date prisa en socorrerme.
II
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes.
No me he guardado en el pecho tu defensa,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia y tu lealtad
ante la gran asamblea.
Tú, Señor, no me cierres tus entrañas,
que tu misericordia y tu lealtad
me guarden siempre,
porque me cercan desgracias sin cuento.
Se me echan encima mis culpas,
y no puedo huir;
son más que los pelos de mi cabeza,
y me falta el valor.
Señor, dígnate librarme;
Señor, date prisa en socorrerme.
Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: "Grande es el Señor"
los que desean tu salvación.
Yo soy pobre y desgraciado,
pero el Señor se cuida de mí;
tú eres mi auxilio y mi liberación:
Dios mío, no tardes.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Todos:
Señor, dígnate librarme, date prisa en socorrerme.
Breve pausa
Antífona 3
Todos:
Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro del Señor?
Salmo 41: Deseo del Señor y ansias de contemplar el templo
Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan
noche y día.
mientras todo el día me repiten:
"¿Dónde está tu Dios?"
Recuerdo otros tiempos,
y desahogo mi alma conmigo:
cómo marchaba a la cabeza del grupo,
hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.
¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío.»
Cuando mi alma se acongoja,
te recuerdo
desde el Jordán y el Hermón
y el Monte Menor.
Una sima grita a otra sima
con voz de cascadas:
tus torrentes y tus olas
me han arrollado.
De día el Señor
me hará misericordia,
de noche cantaré la alabanza
del Dios de mi vida.
Diré a Dios: "Roca mía,
¿por qué me olvidas?
¿Por qué voy andando, sombrío,
hostigado por mi enemigo?"
Se me rompen los huesos
por las burlas del adversario;
todo el día me preguntan:
"¿Dónde está tu Dios?"
¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios que volverás a alabarlo:
"Salud de mi rostro, Dios mío".
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Todos:
Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro del Señor?
Breve pausa
LECTURAS
Salmista:
Grande es tu ternura, Señor.
Todos:
Con tu palabra dame vida.
Lector
De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
(15, 12-34)
LA RESURRECCIÓN DE CRISTO, ESPERANZA DE LOS CREYENTES
Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo.
Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo, cosa que no ha hecho, si es verdad que los muertos no resucitan. Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.
Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza.
Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Porque Dios ha sometido todo bajo sus pies. Pero, al decir que lo ha sometido todo, es evidente que excluye al que le ha sometido todo. Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.
De no ser así, ¿qué van a sacar los que se bautizan por los muertos? Si decididamente los muertos no resucitan, ¿a qué viene bautizarse por ellos? ¿A qué viene que nosotros estemos en peligro a todas horas? No hay día que no esté yo al borde de la muerte, tan verdad como el orgullo que siento por vosotros, hermanos, en Cristo Jesús, Señor nuestro. Si hubiera tenido que luchar con fieras en Éfeso por motivos humanos, ¿de qué me habría servido? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos.
Dejad de engañaros: malas compañías estragan buenas costumbres. Sacudíos la modorra, como es razón, y dejad de pecar. Ignorancia de Dios es lo que algunos tienen; os lo digo para vuestra vergüenza.
Se hace una breve pausa para reflexionar
RESPONSORÍO
Todos:
Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte.
Salmista:
Entonces la muerte y el abismo entregarán sus muertos, y la muerte y el abismo serán arrojados al lago de fuego.
Todos:
El último enemigo aniquilado será la muerte.
SEGUNDA LECTURA
Desde un lugar apropiado a poder ser, diferente del que se usa para proclamar las lecturas bíblicas
Lector:
De las cartas de san Braulio de Zaragoza, obispo
(Carta 19: Pl 80, 665-666).
CRISTO RESUCITADO, ESPERANZA DE TODOS LOS CREYENTES
Cristo, esperanza de todos los creyentes, llama durmientes, no muertos, a los que salen de este mundo, ya que dice: Lázaro, nuestro amigo, está dormido.
Y el apóstol san Pablo quiere que no nos entristezcamos por la suerte de los difuntos, pues nuestra fe nos enseña que todos los que creen en Cristo, según se afirma en el Evangelio, no morirán para siempre: por la fe, en efecto, sabemos que ni Cristo murió para siempre ni nosotros tampoco moriremos para siempre.
Pues él mismo, el Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá de cielo, y los muertos en Cristo resucitarán.
Así, pues, debe sostenemos esta esperanza de la resurrección, pues los que hemos perdido en este mundo los volveremos a encontrar en el otro; es suficiente que creamos en Cristo de verdad, es decir, obedeciendo sus mandatos, ya que es más fácil para él resucitar a los muertos que para nosotros despertar a los que duermen. Mas he aquí que, por una parte, afirmamos esta creencia y, por otra, no sé por qué profundo sentimiento, nos refugiamos en las lágrimas, y el deseo de nuestra sensibilidad hace vacilar la fe de nuestro espíritu. ¡Oh miserable condición humana y vanidad de toda nuestra vida sin Cristo!
¡Oh muerte, que separas a los que estaban unidos y, cruel e insensible, desunes a los que unía la amistad! Tu poder ha sido ya quebrantado. Ya ha sido roto tu cruel yugo por aquel que te amenazaba por boca del profeta Oseas: ¡Oh muerte, yo seré tu muerte! Por esto podemos apostrofarte con las palabras del Apóstol: ¿Dónde está muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?
El mismo que te ha vencido a ti nos ha redimido a nosotros, entregando su vida en poder de los impíos para convertir a estos impíos en amigos suyos. Son ciertamente muy abundantes y variadas las enseñanzas que podemos tomar de las Escrituras santas para nuestro consuelo. Pero bástanos ahora la esperanza de la resurrección y la contemplación de la gloria de nuestro Redentor, en quien nosotros, por la fe, nos consideramos ya resucitados, pues, como afirma el Apóstol: Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.
No nos pertenecemos, pues, a nosotros mismos, sino a aquel que nos redimió, de cuya voluntad debe estar siempre pendiente la nuestra, tal como decimos en la oración: Hágase tu voluntad. Por eso, ante la muerte, hemos de decir como Job: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor. Repitamos, pues, ahora estas palabras de Job, y así, siendo iguales a él en este mundo, alcanzaremos después, en el otro, un premio semejante al suyo.
Se hace una breve pausa para reflexionar
RESPONSORÍO
Todos:
No os aflijáis por la suerte de los difuntos, como los hombres sin esperanza. Pues, si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él.
Salmista:
No lloréis por el muerto, ni os lamentéis por él.
Todos:
Pues, si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él.
ORACIÓN
Presidente:
Oh Dios, que resucitaste a tu Hijo, para que, venciendo la muerte, entrara en tu reino, concede a tus hijos difuntos (N. y N.) que, superada su condición mortal, puedan contemplarte para siempre como su Creador y Salvador. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén
La Iglesia concede Indulgencias Plenarias, solo aplicable a las almas del Purgatorio, a quienes visitaren una Iglesia u Oratorio público el día de la conmemoración de todos los fieles difuntos, rezando el Padre Nuestro y el Credo.
Si la Vigilia de Difuntos se celebra en la noche que precede a dicha conmemoración, antes de la bendición y Reserva, pueden rezarse comunitariamente para lucrar dicha indulgencia.
Si por cualquier circunstancia esta Vigilia hubiera de celebrarse en la noche que precede a la Solemnidad de Todos los Santos o al domingo anterior o siguiente, el Consejo puede solicitar del Ordinario del lugar la autorización que la Sagrada Penitenciaría concede para trasladar a esa fecha la Indulgencia (Enchiridion Indulgentiarum nº 67).
Si la Vigilia hubiera de celebrarse en otra fecha que no sea ninguna de las anteriores mencionadas, se suprimirá este apartado.
CONCLUSÍÓN
Si ha presidido la celebración el Obispo, un presbítero o diácono, da la bendición y reserva en la forma acostumbrada.
Si dirige un laico, hombre o mujer, terminada la oración dice:
†
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.
Hecha genuflexión simple, retira e viril y lo encierra en el sagrario. Entre tanto se canta alguna aclamación eucarística como
Adoremus in aeternum
Sanctissimum Sacramentum.
Se finaliza la celebración con una salutación a la Virgen María.
Si algún Turno hubiera de continuar la Vigilia toda la Noche, puede emplear para el final las Laudes del Oficio del Corpus.
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La Vigilia de la Adoración Nocturna es esencialmente una Vigilia de oración y adoración centrada en la Eucaristía, en nombre de toda la Iglesia. Nunca podrán faltar en nuestras vigilias: la oración personal y la oración litúrgica comunitaria que nos vincula a la Iglesia.
La Liturgia de las Horas es la oración que la Iglesia, en unión con Jesucristo, su Cabeza, y por medio de Él, ofrece a Dios. Se llama de las horas porque se efectúa en los principales momentos de cada día, que así es santificado junto con la actividad de los hombres (Laudes al comenzar el día; Vísperas al caer la tarde, Completas al acostarse...).
El Oficio de Lectura, desde los primeros siglos de la Iglesia, era la oración nocturna de los monjes mientras los hombres descansan; la alabanza y la oración del Señor no debe interrumpirse ni durante la noche. |