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Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 

 

2017

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La Iglesia, (III)

    En el número 752 del Catecismo leemos así sobre el lenguaje cristiano acerca de la Iglesia:

En el lenguaje cristiano, la palabra “Iglesia” designa no sólo
la asamblea litúrgica (1Co 11,18; 14,19.28.34-35), sino también   
la comunidad local (1Co 1,2; 16,1) o toda la comunidad 
universal de los creyentes (1Co 15,9; Ga 1,13; Flp 3,6). Estas 
tres significaciones son inseparables de hecho. La “Iglesia” es 
el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios 
existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea
litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y
del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma
Cuerpo de Cristo.

Quisiera partir de la relación íntima entre Iglesia universal, Iglesia local y asamblea eucarística (o litúrgica en general), para ofrecer algunas reflexiones y datos de cara a nuestra contemplación y aprendizaje sobre la Iglesia.

El principio de la Iglesia es la Iglesia una y católica, ella no nace de la suma de las Iglesias locales, ni de las comunidades eucarísticas, como su unidad no es el fruto del acuerdo o alianza entre comunidades locales o individuos. Pero toda comunidad local, que acoge la fe, los sacramentos y la vida de la Iglesia universal, está llamada a llegar a hacer presente y visible la gran Iglesia en un lugar y entre unas gentes concretas (Vid CEC 835; más ampliamente, 830-838). Y esto se visibiliza en la asamblea eucarística congregada ante el altar y presidida por el Sacerdote.

Iglesia y asamblea eucarística

El concilio Vaticano II ha destacado ampliamente esta relación entre la Iglesia y la Liturgia:

Sacrosanctum concilium (=SC)

n.2      En efecto, la liturgia, por medio de la cual “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia.

En efecto, este precioso texto muestra la liturgia como “obra” donde se construye la Iglesia (como afirma el adagio medieval recuperado por Henry de Lubac S.I., “la Eucaristía hace a la Iglesia”), es la liturgia en cuanto fuente de la vida y actividad de la Iglesia, algo sobre lo que el Concilio volverá a insistir (Lumen Gentium = LG, 11). Pero también podemos leer esta cita de SC 2 en sintonía con SC 41 que afirma: … es necesario que todos concedan gran importancia a la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia tiene lugar en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, especialmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto a un único altar, que el obispo preside rodeado por su presbiterio y sus ministros . Texto que conecta con todo el contenido de LG 26. Estas enseñanzas conciliares nos llevan a descubrir en la celebración litúrgica (en principio destinada a los fieles, vid. CEC 1118-1119) una dimensión apologética, que interpela a los no creyentes y les atrae por su belleza y verdad (la liturgia ha sido muchas veces ocasión y detonante de conversiones).

Lumen Gentium

n. 26  El obispo, cualificado por la plenitud del sacramento del orden, es el “administrador de la gracia del sumo sacerdocio”, sobre todo en la Eucaristía que él mismo celebra o manda celebrar y por la que la Iglesia vive y se desarrolla sin cesar…

En toda comunidad en torno al altar, presidida por el ministerio sagrado del obispo, se manifiesta el símbolo de aquel gran amor y de “la unidad del Cuerpo místico sin la que no puede uno salvarse”.
La realidad de la Iglesia sería inabarcable, tanto por su extensión (catolicidad) como por su complejidad interna (realidad divino-humana), pero en la celebración eucarística se deja ver y se da a conocer. Pero este ver la Iglesia en cada Eucaristía, singularmente en las presididas por un Obispo, no es tan simple.

Hay que aprender a vivir la Eucaristía.

Comentando más arriba el texto de SC 2 hemos señalado la capacidad de impresionar que puede tener la liturgia, moviendo a algunas personas allegar a hacerse católicos. Pero la liturgia que puede provocar desde su verdad y belleza estos efectos reclama por lo general para libar su fecundo y nutritivo néctar una iniciación y formación.

Para que la Iglesia se autoreconozca celebrando y madure y crezca en la sucesiva participación litúrgica fructuosa, se requieren actitudes y capacitación y un saboreo orante de los dones y experiencias recibidas (Vid. SC 14c y 18-19).

En este punto la adoración eucarística puede ayudar enormemente a este saboreo de las celebraciones.

Apoyada en la presencia real, sustancial y permanente, se ve enriquecida enormemente por el saboreo de las lecturas de la Misa y por la consideración de los textos o ritos empleados, que pueden contemplarse a la luz de la presencia real del Señor Jesús. De este modo la celebración nos ayuda a afianzar nuestra identidad católica y a transportarla a nuestra vida entera, para ayudar así eficazmente a que el mundo crea.

 

Preguntas para el diálogo y la meditación

  1. ¿Me he planteado alguna vez que el nivel de mi participación en la Eucaristía es termómetro de mi nivel de adhesión a la Iglesia?
  2. ¿Qué hago para mejorar cada día la calidad de mi participación en la santa Misa? Formación, preparación, atención.
  3. ¿Fomento y aporto lo que puedo para dignificar y embellecer las celebraciones litúrgicas como epifanías del Misterio de la Iglesia que tienen que ser? ¿Mis tiempos de adoración me ayudan a crecer en mi adhesión a la Iglesia, su enseñanza y sus obras apostólicas?