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Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 

 

2017

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La Iglesia (IX).       

           A la hora de ir desgranando, bajo forma de meditaciones, el Misterio de la Iglesia desde una perspectiva eucarística, no podía faltar una consideración sobre la relación de la Santísima Virgen María con la Iglesia tal y como nos la muestra la Liturgia y nos hace apreciarla la espiritualidad eucarística.

           María antes de contar con una fiesta litúrgica propia está presente en la profesión de fe de los cristianos (íntimamente ligada al Bautismo) y en las Plegarias Eucarísticas (pieza clave de la celebración eucarística). Si los símbolos de fe la vinculan sobre todo al misterio de la Encarnación del verbo, haciendo de su maternidad virginal un signo de la verdadera humanidad y divinidad de su Hijo; las Plegarias Eucarísticas la sitúan en el contexto de la mediación y alabanza eclesiales, tras la invocación del Espíritu Santo sobre los celebrantes (2ª epíclesis).

           Lugar de María en la Iglesia.

           María no pertenece a la jerarquía ministerial de la Iglesia, ella es Madre, no vicaria ni apóstol. En cuanto Madre está por encima de tales autoridades, en cuanto discípula se somete a ellas. Como su Hijo la estuvo sujeto, y mientras, ella siguió siendo fidelísima servidora de Dios siempre pronta a la escucha de su palabra.

           Queda claro que, por su íntima unión con el Misterio del Redentor, participa de las “paradojas” que éste suscita. San Agustín bien destacaba que ella, siendo miembro de la Iglesia de su Hijo, es menos que la Iglesia, que la incluye a ella y a nosotros. Pero, a su vez, ella, en cuanto Madre, está por encima de la Iglesia y es su modelo por antonomasia.

           Al encarnarse en ella el Verbo, ella es constituida Madre, Madre de Dios y Madre nuestra. Por su actitud permanente de escucha obediente y amorosa de la Palabra de Dios, es miembro supereminente de la Iglesia. Su modo de ser Discípula de su Hijo es ser Madre nuestra. Causa ejemplar de toda la Iglesia, santificada por el Espíritu y reflejo fiel de su Hijo. Como enseñaba san Agustín Obispo, “para vosotros soy Obispo, con vosotros soy cristiano”. De María podemos decir que, para nosotros es Madre, con nosotros es discípula.

           María modelo de participación en la Liturgia.

           San Juan Pablo II, puede ser que influido por los principios del profesor Jesús Castellano , carmelita descalzo, dedicó a María un capítulo en su “Ecclesia de Eucharistia “. Allí María, con su actitud definitoria, de escucha obediente de la palabra de Dios, se ofrece como maestra de participación fructuosa de la Liturgia.

           Con su ciclo de celebraciones propias, en torno al año litúrgico, aparece como “eco” de su Hijo. Una constante ayuda para cuántos meditando sus celebraciones y  descubriendo la íntima conexión entre sus dogmas, están persuadidos de que con ella y como ella podemos ser madre, hermano, hermana de Jesús.

           La participación en el Misterio no es para ella causa de vanagloria ni provoca su engolamiento. Ella sigue pequeña y humilde servidora del Señor en la sencillez de su vida doméstica, llena de amor, y rumiando las cosas de su hijo en su retiro y soledad. ¡Quién mejor que ella para definir lo que ha de ser saborear en el corazón las palabras y gestos de Jesús! Que si como “Virgen del Magnificat” es modelo de proclamación de la Palabra y de alabanza a Dios, como “Virgen que guarda las cosas de su Hijo” es ejemplo  de adoración y contemplación.

           La Iglesia Virgen y Madre.

           En María la Iglesia aprende que forma parte de su naturaleza propia la feminidad. Si la imagen y semejanza del Creador está en la unión del hombre y de la mujer, lo femenino es esencial para tener una visión completa de Dios. Lo femenino no puede estar ausente de la realidad eclesial.

 

           La promoción y correcta ubicación de la mujer en la Iglesia no depende tanto del hecho de que halla o no “sacerdotisas, ni de la revindicación de “cuotas de poder femenino” (paridad).  Lo verdaderamente importante es que se valore la aportación de la mujer entre los discípulos. Que se reconozca la necesidad de las mujeres para desarrollar los planes de Dios. La promoción de la mujer está en mirar como ejemplo de conducta a María, admirar y acoger el testimonio de María, aceptar la santidad de tantas hermanas nuestras, que llenan el calendario cristiano.

 

           Preguntas para el diálogo y la meditación.

  1. ¿Qué papel tiene María en mi vida eclesial? ¿puramente devocional o impregnado de de sentido sacramental?
  2. ¿He orado alguna vez con el texto de las Plegarias Eucarísticas? ¿Qué significa para mi la mediación maternal de María?.
  3. Para reforzar mi unión con la Iglesia ¿me dejo modelar conforme al modelo de Cristo? ¿Aprendo con María a seguir a Cristo en su Iglesia, mediante la oración y la adoración?