Adorar al Niño, infancia espiritual
La Eucaristía tiene que hacer crecer en nosotros la verdadera infancia espiritual. Que adorar el Sacramento sea como adorar al Niño… Que esta preparación para la navidad nos vaya haciendo cada vez más pequeños, más confiados, más amables…
Humildad-confianza-amor. Son tres virtudes fundamentales para nuestra vida cristiana. La primera porque es como el fundamento: es “andar en verdad” es decir, la verdad de que somos criaturas, de que somos pequeños, de que dependemos en todo del cuidado de nuestro buen Padre Dios.
La segunda es confianza, porque los niños también saben, que, aunque dependen en todo de sus padres, tienen la absoluta certeza de que ellos les van a proveer de sus necesidades, de su amor y cariño.
Por eso la tercera es el amor, porque amor con amor se paga. Y porque obras son amores y no buenas razones. La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos ante Dios. La gracia, uniéndonos a Cristo con un amor activo, asegura el carácter sobrenatural de nuestros actos y, por consiguiente, su mérito tanto ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia.
Con la infancia espiritual experimentamos que todo viene de Dios, a él vuelve y en él permanece, para la salvación de todos, en un misterio de amor misericordioso. Ése es el mensaje doctrinal que enseñó y vivió esta santa. Como para los santos de la Iglesia de todos los tiempos, también para ella, en su experiencia espiritual, el centro y la plenitud de la revelación es Cristo. Teresa conoció a Jesús, lo amó y lo hizo amar con la pasión de una esposa. Penetró en los misterios de su infancia, en las palabras de su Evangelio, en la pasión del Siervo que sufre, esculpida en su santa Faz, en el esplendor de su existencia gloriosa y en su presencia eucarística. Cantó todas las expresiones de la caridad divina de Cristo, como las presenta el Evangelio (Divina Amoris scientia, Juan Pablo II)
La Escritura nos da ejemplo de que sólo haciéndonos como niños podemos alcanzar la patria:
Cuando dice de Jesús que “Le trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos.”
¡Eso tenemos que hacer hoy nosotros! ¡Presentarnos como niños a Dios, dejarnos presentar a él por María, para que Él imponga las manos sobre nosotros y ore sobre nosotros! No se trata hoy de hacer nosotros, sino de dejarnos hacer como niños.
Nos puede salir ese medio orgullo, tan “razonable” de los adultos…”Los discípulos los reprendieron”.
Pero Jesús les corrige y nos da una gran enseñanza:
«Dejad a los niños, y no les impidáis que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos». Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí.
La relación de los niños con sus padres, nosotros con Dios. ¡Qué caminito tan sencillo de tocar el centro del Evangelio! ¡Qué formula tan magnifica la de ponerse a adorar la Eucaristía!
También santa Teresita la descubrió en la Sagrada Escritura:
Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina. Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre... «El que sea pequeñito, que venga a mí», dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece y perdona». Y, en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día «el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho». Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré».
Los santos nos animan, muy especialmente santa Teresita del Niño Jesús que nos enseña a recorrer este camino de la humildad Eucarística, de la infancia espiritual:
“¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma! Fue un beso de amor. Me sentía amada y decía a mi vez: “Te amo, y me entrego a ti para siempre … Ni el precioso vestido que María me había comprado, ni todos los regalos que había recibido me llenaban el corazón. Sólo Jesús podía saciarme.”
Dios no quiere darnos su casa de la tierra; se conforma con enseñárnosla para hacernos amar la pobreza y la vida escondida. La que nos reserva es su propio palacio de la gloria, donde ya no le veremos escondido bajo la apariencia de un niño o de una blanca hostia, ¡¡¡sino tal cual es en el esplendor de su gloria infinita...!!!
Yo me dedicaba sobre todo a amar a Dios. Y amándolo, comprendí que mi amor no podía expresarse tan sólo en palabras, porque: «No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de Dios». Y esta voluntad, Jesús la dio a conocer muchas veces, debería decir que casi en cada página de su Evangelio. Pero en la última cena, cuando sabía que el corazón de sus discípulos ardía con un amor más vivo hacia él, que acababa de entregarse a ellos en el inefable misterio de la Eucaristía, aquel dulce Salvador quiso darles un mandamiento nuevo. Y les dijo, con inefable ternura: os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, que os améis unos a otros igual que yo os he amado. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.
Preguntas:
¿Adorar me está haciendo más humilde?
¿Conozco los escritos de santa Teresita y su infancia espiritual?
¿Cómo puede ayudarnos a hacer mejor nuestra adoración?
¿El adviento está haciendo crecer en mí la esperanza, la confianza?
¿Qué muestras de Amor estoy preparando al Niño?