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Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 

 

2008

 

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Mayo

«MADRE DEL REDENTOR»


    Con este título saluda a la Virgen una antigua antífona del final del Oficio Divino, especialmente usada en el tiempo litúrgico de Adviento y Navidad.

    Efectivamente, «la madre de Jesús» (Jn 2, 1; Hch 1, 14), a la que Isabel llama «la Madre de mi Señor» en el episodio de la Visitación (Lc 1, 43), es de manera especial Madre del Redentor.

    Para que Jesús fuera nuestro Redentor, como lo es en el orden actual de la Providencia, necesitó tener madre.

    Dios pudo realizar la salvación humana a distancia, por un decreto divino que concediera a los hombres amnistía completa de sus pecados, y les devolviera la inicial categoría de hijos suyos a la que gratuitamente los había elevado al crearlos.

    Pero quiso hacerlo de cerca decidiendo que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hiciera verdadero hombre y, como tal, en nombre de la Humanidad pecadora, ofreciese al Padre una satisfacción vicaria, que, al ser hecha por una Persona Divina, tuviera valor infinito y mereciera realmente el perdón de Dios.

    Para ello, se hizo necesario -en la otra hipótesis no hubiera sido así- que el Verbo se encarnara en el seno de una mujer.

    Y para cumplir ese cometido -ineludible en el actual proyecto querido por Dios- fue elegida gratuitamente María.

    ¡Enhorabuena, Madre!

    Tuviste la suerte de ser elegida para la función necesaria de Madre del Salvador.

    Con razón el ángel, al saludarte en nombre de Dios, te llamó «Agraciadísima = Llena de gracia».

    El que vino a salvarnos tenía que tener madre, y Dios te hizo a Ti la Madre del Dios-Hombre Salvador.

    La acción salvadora de Jesús se expresa frecuentemente con el término «Redención», que en el Antiguo Testamento era una de las funciones inherentes a la institución jurídica del Go'el o Redentor.

    Dicha función consistía en rescatar al miembro de la familia que eventualmente hubiera sido reducido a esclavitud.

    Y el derecho y obligación de Go'elato correspondía al consanguíneo más próximo del afectado por la desgracia. Así lo ejerció Abraham, cuando su sobrino Lot fue hecho cautivo en la invasión de los cuatro reyes confederados (Gen 14, 11-16).

    Y aquí surge de nuevo la necesidad de la Maternidad que Dios asignó a María.

    Para que Cristo fuera nuestro Redentor era preciso que se hiciera miembro de nuestra familia: consanguíneo, hermano.

    Sólo así, hecho «Primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8, 29), pudo ejercer en favor nuestro el oficio de Redentor, librándonos de la esclavitud del pecado y del demonio.

    Y por disposición divina, fue María quien -sin obra de varón- hizo al Verbo consanguíneo nuestro.

    Cada vez que paladeo el dulcísimo título de Redentor, siento que lo hizo posible tu Maternidad, ¡oh, María!

    Por ello Te veo inmersa en la profundidad más honda del misterio de mi salvación.

    Tu dignidad me sobrecoge.

    No tengo miedo a excederme en agradecimiento y amor. Lo que temo es no llegar, y quedarme corto.

    Si Dios quiso que le fueras necesaria para su plan salvífico, ¿cómo no has de ser imprescindible para mí?

    ¡Madre del Redentor!

    ¡Madre del Liberador de cautivos!

    Enséñame a seguir siendo, como Tú, ¡esclavo del Señor!


CUESTIONARIO

· ¿Me doy cuenta de la importancia que en el plan salvífico tiene la Madre del Redentor?

· ¿Aprecio como es debido el papel de María en mi salvación personal?

. ¿Se corresponde con esta visión teológica mi devoción a la Virgen?