Bienaventuranzas. V.- Bienaventurados los que lloran, porque  ellos serán consolados. 
               
                   “Bienaventurados los  que lloran, porque serán consolados”. ¿Quiénes son estos bienaventurados?
                   Formulamos así la  pregunta, porque parece obvio que no todo llanto entra dentro de la  bienaventuranza. En efecto, participan de esta promesa los que sufren tristeza  y lloran, por el pecado propio y por el de los demás; los que, al vivir con  Cristo hacerse pecado, nunca les es ajena del todo hasta la mínima ofensa a  Dios que se realiza en el mundo. Quienes se duelen por el alejamiento de los  pecadores de Dios, y por todo el mal que se vive en la tierra contra Dios,  contra los hombres y contra sí mismos, que tienen que soportar en sus vidas,  sin poder impedir que ocurra ni estar en condiciones de remediar sus  consecuencias.
                  Son los que sufren injusticias; los que lloran porque no  pueden hacer el bien que desearían hacer; porque no están en condiciones de hacer  un favor a un necesitado. Estos bienaventurados son los que lloran por los  amigos que han abandonado la Fe;  los que  ven el mal que se hacen los conocidos, los parientes, cuando abandonan sus  deberes familiares, rompen las familias y no siguen los buenos consejos que les  dan para que rehagan sus vidas, y vivan los amorosos Mandamientos de Dios.
                  Son también bienaventurados los que lloran de alegría por el  bien que descubren a su alrededor; los   que viven la alegría del triunfo de una persona querida.
                  Es bienaventurado el hombre, la mujer, que llora porque no  puede hacer un favor a una persona querida; porque no está en condiciones de  acompañarla en vivir una gran pena, una enfermedad. Es bienaventurada la madre  que  llora cuando ve que sus hijos se  alejan de Dios. Bienaventurado es el llanto que nace del Amor.
                  Y bienaventurados de manera especial los que lloran sus  pecados, se arrepienten, y lloran la ofensa a Dios que han vivido. Cuando  lloran y reciben el perdón de los pecados en el Sacramento de la Reconciliación,  descubren la alegría del Señor al recibirles, al perdonarles. Alegría que queda  reflejada en el Nuevo Testamento en el gozo del hijo pródigo que descubrió la  alegría de su padre, que sale a su encuentro, le abraza, le perdona.
                  ¿Cómo  serán consolados?  El único que puede consolarlos es el mismo Cristo. Y los consuela  acompañándolos en su llanto, en sus penas, en sus dolores. Son consolados al  saber que, en unión con Cristo, ni la más pequeña de sus lágrimas, ni el más  ligero de sus dolores, ni el más llevadero de sus sufrimientos, se pierde, es  inútil.
                  “Venid a  mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré. Tomad sobre  vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y  hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es suave y mi carga  ligera” (Mt 11, 28-30).
                  Cristo nos da un ejemplo claro de esta bienaventuranza en su  llorar sobre Jerusalén: "Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella,  diciendo: '¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz!' Pero ahora  está oculto a tus ojos" (Lc 19, 41). No llora porque no le han escuchado,  porque le han despreciado, porque no le obedecen. Llora, por el mal que se  hacen a sí mismos, por no seguir las palabras de Dios y por la pena de Dios  Padre de no poder dar a sus hijos todo lo que quiere regalarles, porque ellos  mismos cierran los caminos de la Verdad, de la Alegría, de la Paz.
                  Cristo nos dio un maravilloso ejemplo cuando lloró en la  muerte de su amigo Lázaro: “Ved cómo le amaba”, comentaron los que le  acompañaban. Los bienaventurados que lloran, lloran por amor. Quien no ama, no  llora nunca; y si llora, llora por desprecio, por rencor, de rabia.
                  En este llanto podemos vislumbrar la acción de la Caridad de  quien da su vida por los demás, de quien se preocupa de hacer el bien, sin  esperar nada a cambio –“gratis lo habéis recibido; dadlo gratis”-, y con la  Caridad, la Esperanza, que anuncia el gozo de la Resurrección, después del  sufrimiento de la Cruz.
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                  Cuestionario 
                    1.- ¿Me duele en el alma el mal que se hacen las personas  cuando pecan y ofenden a Dios, y se apartan de Él? 
                    2.- Ante  el Santísimo Sacramento, ¿desagravio al Señor por las continuas ofensas que  recibe de mis hermanos los hombres? 
                    3.- ¿Pido  al Señor la gracia de saber acompañar a familiares, amigos, conocidos, en las  penas y dolores que sufren en el cuerpo y en el alma; o los dejo solos en sus  padecimientos? 
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