Bienaventuranzas.  III.- Plenitud de la vida cristiana
               
                  El Señor anunció esta nueva vida de las bienaventuranzas a  todos los hombres. Entre la multitud de sus oyentes del Sermón de la Montaña  había personas que apenas le conocían; otros, eran ya verdaderos discípulos que  le habían escuchado en diferentes ocasiones; y estaban también sentados, oyendo  sus palabras aquellos que iba a escoger, poco después, como  Apóstoles: los Doce.
                  No podemos pensar –por tanto- que el ideal que Jesucristo  nos propone sea una vida tan exigente que esté reservada solamente a unos  cuantos “elegidos”.
                  La vida de la Gracia, el Espíritu Santo actuando en y con  nosotros,  que ya sabemos en qué  consiste, está injertada en la vida natural del hombre, y el injertarse no se  convierte ni en una carga ni en una limitación. La vida de la Gracia origina el  desarrollo de la riqueza recibida  en la  naturaleza humana, enriquecida por el   injerto de la participación en la naturaleza divina. La naturaleza del  hombre crecía preparada para recibir el injerto, y no podría llegar a la  culminación de su desarrollo sin la nueva savia.
                  La vida de las bienaventuranzas es la manifestación de que  el injerto ha sido eficaz, de que ha producido fruto, que ya vivimos “por  Cristo, en Cristo y con Cristo”. Y la Gracia la recibimos todos los bautizados
                  Las palabras del mismo Cristo después de enunciar las  bienaventuranzas abren otros horizontes para la comprensión de las modalidades  de esa nueva vida, de la que Él se nos va a presentar como ejemplo vivo. La vida  que se expresa en las bienaventuranzas manifiesta que el hombre se ha  convertido en hombre cristiano, en testimonio de Cristo.
                  "Vosotros sois la sal de la tierra".  "Vosotros sois la luz de mundo", dice el Señor a sus discípulos.  Y añade: "Vosotros sois la sal de la  tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para  nada más que para tirarla afuera y ser pisoteada por los hombres" (Mt 5,  13). ¿Subraya sencillamente el Señor la importancia de su seguimiento; la  importancia de que la nueva vida en Él eche raíces en el espíritu de sus  discípulos?
                  La perspectiva que Cristo quiere abrir en la mente y en el  corazón de los hombres se amplía todavía más si leemos las palabras que  pronuncia a continuación: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede estar  oculta una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una  lámpara para ponerla debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que  alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los  hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que  está en los cielos" (Mt 5, 14-16).
                  Jesucristo ha afirmado de sí mismo que "mientras estoy  en el mundo, soy luz del mundo" (Jn 9, 5). En realidad, Cristo está  siempre en el mundo; por tanto, no deja nunca de ser “luz del mundo”. Una  vez  ascendido al cielo, sigue estando en  la tierra, en la Eucaristía, y en todos los Sacramentos, y asocia a sus  discípulos, transformados por la vida de las bienaventuranzas, a su misión de  desterrar las tinieblas de la tierra.
                  Y lo hace, convirtiéndolos también en luz del mundo.  ¿Cómo?  Él sigue viviendo en los  discípulos, -en nosotros-, por la acción de la gracia de los sacramentos. Esa  gracia mueve a los discípulos a llevar a cabo todas sus acciones en la tierra:  piedad, trabajo, vida de familia, relaciones sociales, políticas, culturales,  etc., con Cristo, por Cristo, en Cristo, viviendo el espíritu de las  bienaventuranzas.
                  Ese deseo del Señor de asociarnos a su misión, nos permite  afirmar que Dios cuenta con nosotros, que ha "querido tener necesidad del  hombre", para que su sal no falte jamás en la tierra, para que su luz no  se difumine ni  se apague en el mundo;  para que nosotros tengamos el gozo de transmitir su luz.
                   Sólo si la vida de  las bienaventuranzas se convierte en la vida del cristiano, o mejor, solamente  si el cristiano se convierte a la vida de las bienaventuranzas, podrá ser  realidad en la persona de cada cristiano la audaz afirmación de san Pablo:  "ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí".
                  Cada una de las bienaventuranzas es fruto de la Gracia  y de la acción del Espíritu Santo en el alma  del creyente. Vivir la vida de las bienaventuranzas es la consecuencia de un  crecimiento de la acción conjunta de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad.
                  De manera semejante, podemos también señalar que todos los  Dones del Espíritu Santo influyen en cada acción del cristiano, fortificando y  enriqueciendo la Fe, la Esperanza y la Caridad, y hacen posible vivir las  bienaventuranzas.       
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                  | Cuestionario 1.-¿Soy consciente de que, también en mi debilidad y  fragilidad, Cristo quiere que trasmita su luz a toda las personas que conozco y  trato? 2.-¿Pido  cada día al Espíritu Santo que me aumente la Fe, la Esperanza, la Caridad? 3.-¿Rezo  para que todos en la Iglesia, como nos pide el Papa, seamos anunciadores de la  Encarnación de Jesucristo? |