Tfno: 914465726;   fax: 915932445        email: consejo@adoracion-nocturna.org         Estamos: C/ Carranza, 3 – 2º Dcha. 28004 Madrid

Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 

 

2007

 

Enero

Febrero

Marzo

Abril

Mayo

Junio

Julio

Agosto

Septiembre

Octubre

Noviembre

Diciembre

 

 

 

Marzo


DICHOSOS LOS MANSOS

    "Dichosos los sufridos (= mansos), porque ellos heredarán la Tierra" (Mt 5,4). Manso o sufrido es el paciente, el no violento, el bondadoso, que combate el mal haciendo el bien. El violento piensa que todo ser humano por naturaleza es belicoso, y que para abrirse paso hay que liarse a tortazos, provocar arrebatos, poner zancadillas y programar enfurecimientos. Alegan, además, que sin gruñidos, las voces no se escuchan, sin borrascas no hay lluvia. La descripción que suelen hacer de sus semejantes no resulta excesivamente gratificante. ¿Será esa tierra la que Jesucristo prometió a los que practican la mansedumbre? ¿Puede ser la tierra de los frívolos o de los incautos, o la de los enfadados, o la de los egoístas, o la de los ambiciosos, o la de los rencorosos, o la de los vengativos; en suma, será la misma tierra la de los que se empeñan en mantener una actitud infantil que los que con mentalidad adulta y criterios serenos, pretenden convertirla en la antesala del cielo?

    Para el cristiano la vida es una peregrinación, un peregrinar constante que empieza en esta tierra para terminar en el cielo. Mientras tanto debemos luchar esforzadamente, cansarnos, agobiarnos, sortear conflictos y seguir avanzando para hallar el camino que nos conduzca hasta Dios. Jesús no ha prometido éxitos, influencias, triunfos y vanaglorias a los mansos. "Yo soy el camino": un camino difícil, espinoso, sin palacios, sin comodidades, sin teléfono, sin yates ni teléfonos particulares, sin números de lotería premiados, ni cotizaciones en alza en la bolsa. "Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón". Sin duda, Jesús nos ofrece el camino de la mansedumbre. ¿A dónde nos lleva la mansedumbre? Muy sencillo, a la cruz. Y los cristianos no sólo la aceptamos, sino que hacemos de esa cruz la razón de nuestra vida.

    ¿Quién es más feliz o menos desgraciado aquí en la tierra? Aquel que echa mano del despotismo, o aquel que se identifica con la tolerancia? ¿Aquel que trama venganza hiriente, o aquel que cura las heridas del enemigo? ¿Aquel que desacredita, o aquel que disculpa y comprende? ¿Aquel que se alimenta de odio, o aquel que se nutre de amor? ¿Aquel que desconfía por sistema, o aquel que todo lo basa en su confianza en Dios?

    Para conseguir la mansedumbre hay que violentarse. Pero ninguna violencia es tan dura y tan difícil de soportar como la que utilizamos contra nosotros mismos; se precisa una gran dosis de valentía para ejercerla. Sentirnos víctimas viene a ser casi siempre la causa principal de nuestras protestas, de nuestras quejas, de todo lo que suscita el odio y la violencia contra los demás. El ser humano "necesita" comprensión, requiere consuelo. Pero, ¿dónde buscarlos? En primer lugar, convencernos de que sólo Dios está capacitado para "comprender" y consolar. y en segundo lugar, hay que buscarlos en la violencia, pero en la violencia que debemos practicar con nosotros mismos.

    Mansedumbre no es lo mismo que debilidad. Ningún manso es débil. Si lo fuera, dejaría de ser manso. Sería un robot: un simple mecanismo programado para no sentir, ni reaccionar, ni gozar, ni sufrir. Eso no significa que los mansos, cuando son víctimas de una injusticia, no experimenten la necesidad de indignarse y la tentación de dejarse llevar por la cólera, pues a fin de cuentas también son humanos. La diferencia estriba en que, lejos de lanzarse a monologar insultando o a enjuiciar cegados por la ira, o a ironizar injuriando, se limitarán a abrir las puertas al diálogo, al buen entendimiento, y sobre todo a conseguir algo verdaderamente grandioso: que su cólera llegue a convertirse en virtud.

    Como virtud, la mansedumbre implica fortaleza: ni los blandos, ni los apáticos, y ni mucho menos los vengativos, pueden ostentar con justicia la virtud de la humildad. Pero la fortaleza es exigente. Presentar la otra mejilla, como dice Jesús, nunca debe ser un acto de venganza, ni de impertinencia, ni una lección de superioridad. No es más que una forma de indicarnos que el perdón es necesario; que sin ese perdón que otorgamos, tampoco puede haber perdón para nosotros; que la crispación jamás debe aniquilarse con crispación, que lejos de odiar al que nos odia, hay que recordarle que el Señor ama tanto al ofendido como al ofensor.

Cuestionario

  1. "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón". ¿Qué me dice esta sentencia de Jesús? ¿Le imito verdaderamente?
  2. ¿Habitualmente soy manso, sufrido, bondadoso, comprensivo, o más bien violento?