Adorar e Interceder
PRO EIS
Luis de Trelles concebía nuestras vigilias de Adoración como una audiencia privada con el Rey. “Te presentamos el memorial de nuestras súplicas” decía la oración de presentación de adoradores que él escribió. Era el momento en que el jefe de turno ponía a los pies del Santísimo todas las intenciones para la Vigilia Nocturna. La adoración y la intercesión van íntimamente unidas. Postrándonos ante aquel que todo lo puede, es natural que broten de nuestro corazón todas las grandes necesidades que tiene nuestro mundo y pidamos para que el Rey de Reyes favorezca a sus pobres siervos. Pero es que, además, Jesús en la Eucaristía hace también eso: mostrar sus llagas al Padre intercediendo por nosotros:
Si pudiéramos escuchar, por ministerio de la fe, la plegaria que se eleva del Sagrario por nuestro bien, ¿cómo no agradeceríamos tan augusta recomendación? Paréceme ver presentar el Hijo al Padre aquella larga vida de expiación, vida de la que un suspiro solo, una lágrima era capaz de salvar cien mundos. Porque a uno y otra va unido el infinito valor de la persona divina que lo ofrece. Sin riesgo de equivocarse, cabe afirmar que al ser presentados al cielo por nuestro hermano en la carne todos los inefables latidos de su divino pecho producen sobreabundantes satisfacciones para el mundo pecador. ¡De cuántos males nos librará la intercesión de Jesús Sacramentado! ¡A cuántas necesidades espirituales y temporales acude el Señor solícito y cuidadoso! El Señor provee desde su trono de amor a todas nuestras urgencias espirituales y temporales recabando su amor de su infinito poder la asistencia de que tenemos necesidad. ¡Cómo redundará y rebosará de allí en olas de afecto y en corrientes de gracia al mundo edificado por Jesús, la eficacia de aquella su sangre derramada, que místicamente vuelve a sacrificarse y ofrecerse tantas veces en el incruento sacrificio! (...) Miremos reverentes y agradecidos cuál sube del tabernáculo al trono del Altísimo el clamor de los pobres. Cuando se advierte lo que puede hacer la oración dirigida humildemente a los pies del trono del Eterno ¿cómo podremos inferir, si fuese posible aventurar sobre ello un juicio, el influjo misericordioso que ejerce el divino Señor orando para desagraviar al Rey de los reyes? (LS, Tomo I, p.180-181)
¡Qué hermosas palabras! Nosotros no somos sino los pobres del Señor que se quieren asociar a la intercesión que Jesús hace desde la Eucaristía. Uno de los fines de la santa Misa es precisamente el impetratorio. Impetrar no es sino pedir favores. Ya lo dice el Catecismo [2634] : “La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús”. Jesús es el único intercesor, porque por sus méritos Él puede salvarnos, “siempre vivo para interceder en su favor” dice la Escritura y también del Espíritu Santo que “intercede por nosotros según Dios”
“Interceder no es otra cosa que pedir en favor de otro”. Somos muy privilegiados al ser llamados como representantes de la humanidad para pedir, no para nosotros, sino para nuestros hermanos. Pedir por las necesidades del Papa, de la Iglesia, de la Patria. Con ello se manifiesta el misterio de la comunión de los santos. Unos por otros y Dios por todos. Y muy especialmente hemos de pedir por los pecadores. Por aquellos que están hundidos en sus vicios y perdidos en el error. Necesitan nuestra oración ante el Rey para conseguir su gracia. El ejemplo de Abraham intercediendo por Sodoma debería interpelarnos:
(Gén 18, 16-33) Dijo, pues, Yahveh: «El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Ea, voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo.» Y marcharon desde allí aquellos individuos camino de Sodoma, en tanto que Abraham permanecía parado delante de Yahveh. Abordóle Abraham y dijo: «¿Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Es que vas a borrarlos, y no perdonarás a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia?» Dijo Yahveh: «Si encuentro en Sodoma a cincuenta justos en la ciudad perdonaré a todo el lugar por amor de aquéllos. Replicó Abraham: «¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que los cincuenta justos fallen por cinco. ¿Destruirías por los cinco a toda la ciudad?» Dijo: «No la destruiré, si encuentro allí a 45.» Insistió todavía: «Supón que se encuentran allí cuarenta.» Respondió: «Tampoco lo haría, en atención de esos cuarenta.» Insistió: «No se enfade mi Señor si le digo: "Tal vez se encuentren allí treinta".» Respondió: «No lo haré si encuentro allí a esos treinta.» Díjole. «¡Cuidado que soy atrevido de interpelar a mi Señor! ¿Y si se hallaren allí veinte?» Respondió: Tampoco haría destrucción en gracia de los veinte.» Insistió: «Vaya, no se enfade mi Señor, que ya sólo hablaré esta vez: "¿Y si se encuentran allí diez?"» Dijo: «Tampoco haría destrucción, en gracia de los diez.». Partió Yahveh así que hubo acabado de conversar con Abraham, y éste se volvió a su lugar.
Interceder es lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. No mira el propio interés sino el de los demás. Es colocarse entre y presentar a Dios los méritos de los justos para que se apiade de los pecadores… por las autoridades, por los que persiguen a la Iglesia, por los que sufren, por los enfermos. La gran intercesión es la de la Cruz. La de Jesús ante el Padre y la de María ante Jesús. También nosotros como los santos podemos recoger la sangre de Cristo y presentarla ante el Padre por los pecadores. Como hizo santa Teresita con Pranzini y con los ateos de su tiempo:
“Un domingo, contemplando una estampa de nuestro Señor crucificado, quedé profundamente impresionada al ver la sangre que caía de una de sus manos divinas. Experimenté una pena inmensa al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla; y resolví mantenerme en espíritu al pie de la cruz para recibir el divino rocío que goteaba de ella, comprendiendo que luego tendría que derramarlo sobre las almas… A partir de esa gracia (conversión de Pranzini), mi deseo de salvar almas creció de día en día. Era un verdadero trueque de amor: A las almas les daba yo la sangre de Jesús, y a Jesús le ofrecía estas mismas almas refrescadas con su divino rocío, para aliviar su sed” (A 45v,46v).
También al final de su vida, Teresita hacía de su adoración una oración de intercesión, en la prueba de la fe se sintió especialmente unida a los que no tenían fe: “Jesús permitió que mi alma se viese invadida por las más densas tinieblas, y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, no fuese más que un motivo de combate y de tormento…. Pero, Señor, vuestra hijita ha comprendido vuestra divina luz. Os pide perdón para sus hermanos. Se resigna a comer, por el tiempo que vos tengáis a bien, el pan del dolor, y no quiere levantarse de esta mesa llena de amargura, donde comen los pobres pecadores, hasta que llegue el día por vos señalado. Pero, ¿acaso no puede ella también decir en su nombre y en nombre de sus hermanos: Tened piedad de nosotros, Señor, porque somos unos pobres pecadores? ¡Oh Señor, despídenos justificados. Que todos esos que no están iluminados por la antorcha de la fe la vean, por fin, brillar” (Ms C 5v.6r).
La Beata Isabel de la Trinidad nos enseña a unir esta intercesión a la presencia eucarística:
“Todos los domingos tenemos expuesto el Santísimo Sacramento en el Oratorio. Cuando abro la puerta y contemplo al divino Prisionero que me ha hecho a mí su prisionera en este querido Carmelo, me parece que se entreabre la puerta del cielo. Entonces pongo ante mi Jesús a todos cuantos llevo en mi corazón, y les encuentro nuevamente allí junto a Él. Es tan grande mi felicidad que valía la pena de comprarla a gran precio. ¡Oh, qué bueno es Dios” (Cta. 85).
¿Cuidamos el momento de presentar nuestras súplicas? ¿Soy intercesor o pedigüeño? ¿pido más para mí o para los demás? ¿qué manera hay de hacer más eficaz nuestra intercesión?