LAUS DEO
Entre los distintos modos de orar, la adoración y la alabanza están íntimamente unidos. Uno es fundamento, el otro es culmen. Nuestras Vigilias de Adoración Nocturna tienen por esto que llevarnos también a una verdadera alabanza divina. Nos unimos al culto de la Iglesia celeste, purgante y terrena que sin cesar alaba a su Dios. Precisamente para que no cese esta alabanza ni siquiera por las noches se levantaban los monjes en sus oraciones nocturnas. Algo parecido es lo que hacemos desde la Adoración Nocturna Española, participando también nosotros de este privilegio de poder velar junto al Señor para alabar su Santo Nombre. Con qué belleza lo expresa nuestro fundador Trelles:
Haremos resonar acentos de alabanza y bendición. Unas veces uniremos nuestras voces a las de los Serafines que cantan el eterno cántico de gloria a la adorable Trinidad, repitiendo sin cesar: «Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios de los Ejércitos», glorificando también así a esa Trinidad augusta de las divinas personas que acaban de hacer su morada en nosotros. (S. Juan, XIV.) Otras veces diremos como los hijos de los hebreos, que aclamaron a Jesús el día de su entrada triunfal en Jerusalén: «¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor! iHosanna en lo alto de los cielos!» (S. Mateo, XXI.) Podremos también, como David, excitar a todas las potencias de nuestra alma a glorificar a nuestro Salvador, exclamando con él: «iOh alma mía, bendice al Señor; que todo lo que está en mí exalte su santo nombre! Oh alma mía, bendice al Señor y nunca olvides sus beneficios. Mi corazón saltará de alegría en el Señor y se regocijará en su Salvador. Todo mi ser exclama: Señor ¿quién es semejante á vos?» (LS, T.I, p.204)
Según el Catecismo [2639] “la alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios”. Porque su motivación no es otra que su grandeza, su Ser. Por ser vos quien sois Bondad Infinita. No hace falta más motivo. Al adorar y alabar a Dios no miramos beneficios legítimos, sino que nos centramos en el que nos llena de sus gracias. En la alabanza se unen la adoración, la petición, la acción de gracias y se llevan a su raíz más profunda: la bondad, la grandeza de Dios: “La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término”.
Quien aprende a alabar “Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la gloria”. Todos hemos experimentado cómo después de una noche de adoración y alabanza al Señor estamos, de alguna manera, más cerca del cielo. Además, el hecho de mirarle a Él, de fijarnos en su humildad, en su bondad, en su sencillez, en su grandeza, en su poder etc… nos purifican a nosotros mismos descentrándonos de nuestro ego y nuestras pequeñeces. La mejor escuela de alabanza se encuentra en la Eucaristía. No por casualidad se le llama a la santa Misa “sacrificio de alabanza”. La Misa contiene y expresa todas las formas de oración.
La Escritura está llena de cánticos de alabanza, ante los milagros del Señor, en las cartas inspiradas, en los Hechos de los Apóstoles. Son como ecos de la melodía eterna que se canta en el Cielo alabando al que está sentado en el Trono y al Cordero. El apocalipsis nos enseña a entonar este cántico nuevo. Para san Juan, la alabanza lleva a la adoración y viceversa:
(Apoc 19, 1-10) Después oí en el cielo como un gran ruido de muchedumbre inmensa que decía: «¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos; porque ha juzgado a la Gran Ramera que corrompía la tierra con su prostitución, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos.» Y por segunda vez dijeron: «¡Aleluya! La humareda de la Ramera se eleva por los siglos de los siglos.» Entonces los veinticuatro Ancianos y los cuatro Vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, diciendo: «¡Amén! ¡Aleluya!» Y salió una voz del trono, que decía: «Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y grandes.» Y oí el ruido de muchedumbre inmensa y como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían: «¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura - el lino son las buenas acciones de los santos». -Luego me dice: «Escribe: Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.» Me dijo además: «Éstas son palabras verdaderas de Dios.». Entonces me postré a sus pies para adorarle, pero él me dice: «No, cuidado; yo soy un siervo como tú y como tus hermanos que mantienen el testimonio de Jesús. A Dios tienes que adorar.»
Cuando cantamos en la noche al Santísimo debemos sentirnos parte de esta nube de testigos, de esta muchedumbre que se postra ante el trono y que reconoce en el Cordero, a Aquel que puede quitar el pecado del mundo. En el Cielo lo hacen en la Gloria, nosotros lo hacemos por la fe, ellos contemplan ya el rostro del Padre, nosotros lo advertimos velado por las especies del pan. Pero en realidad estamos haciendo lo mismo. Pidamos a la corte de los santos que nos enseñen a perseverar y a hacerlo cada vez mejor. Con un corazón más puro y reverente, más amante y devoto.
Para ayudarnos a alabar tienen su importancia los cantos que hacemos durante la Vigilia. Saberse bien las letras, cantar lo mejor posible, nos ayuda a poner todo el corazón, la voz y la mente en Dios. Ya nos dice san Agustín:
Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. Se nos exhorta a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo sabe lo que significa este cántico nuevo. Un cántico es expresión de alegría y, considerándolo con más atención, es una expresión de amor. (…) ¡Oh, hermanos! ¡Oh, hijos de Dios! Germen de universalidad, semilla celestial y sagrada, que habéis nacido en Cristo a una vida nueva, a una vida que viene de lo alto, escuchadme, mejor aún, cantad al Señor, junto conmigo, un cántico nuevo. «Ya lo canto», me respondes. Sí, lo cantas, es verdad, ya lo oigo. Pero, que tu vida no dé un testimonio contrario al que proclama tu voz. (…) Cantad con la voz y con el corazón, con la boca y con vuestra conducta: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas hay que cantar de aquel a quien amáis? Porque, sin duda, queréis que vuestro canto tenga por tema a aquel a quien amáis. ¿Os preguntáis cuáles son las alabanzas que hay que cantar? Habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas? Resuene su alabanza en la asamblea de los fìeles. Su alabanza son los mismos que cantan. ¿Queréis alabar a Dios? Vivid de acuerdo con lo que pronuncian vuestros labios. Vosotros mismos seréis la mejor alabanza que podáis tributarle, si es buena vuestra conducta”
¿Qué atributos de Dios te mueven más a la alabanza? ¿Cómo está presente esta dimensión de la oración en nuestras vigilias? ¿Qué cantos te ayudan más a unirte a Dios?