Reflexiones sobre la Fe. (V). Dios Padre y Creador. (II)
“Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría. Este no es un producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer partícipes a las criaturas de su ser, de su sabiduría, de su bondad” (Catecismo, n. 295).
“Dios es infinitamente más grande que todas sus obras: “Su majestad es más alta que los cielos” (Sal 8, 2), “su grandeza no tiene medida” (Sal 145, 3). Pero, porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas: “En Él vivimos, nos movemos y somos” (Hch 17, 28)” (Catecismo, 300).
Nosotros podemos con toda verdad hacer nuestras las palabras del Salmista: “Tus manos me han formado. Tú me has pensado, me has creado y querido” (Sal 119, 73).
Esta grandeza creadora paternal de Dios y su transcendencia, a la vez que su cercanía, quedan muy bien reflejadas en la parábola del hijo pródigo, con que Nuestro Señor Jesucristo quiso introducirnos en el misterio inefable del infinito amor de Dios Padre.
En el hijo pródigo estamos reflejados todos los seres humanos. Nos apropiamos de los dones que nos regala Dios, al concedernos la vida; al hacernos partícipes de los sacramentos, en los que se nos da Él mismo; y malgastamos desaprovechando la riqueza recibida, gastando nuestra vida en obras inútiles y malas, que dejan un gran vacío en el alma.
Dios espera que regresemos a Él; que nunca se borre de nuestra conciencia la luz clara de su Paternidad. El hijo pródigo, antes de decidirse a regresar a la casa de su padre, sintió, quizá, miedo por la reacción que su padre le podría mostrar. Un cierto castigo era lógico, pero siguió adelante.
La confianza prevaleció en su corazón. “De mi padre no me puede venir nada malo”, pensó, quizá, y siguió adelante en el camino de regreso. El corazón de su padre, al verlo llegar, se conmovió y lo recibió con los brazos abiertos. Así es Dios Padre; nos libera del pecado cuando le pedimos perdón, y nos acoge como solo un Padre amoroso sabe acoger a un hijo.
Ante este Dios Padre y Creador, que nos da la vida, nos perdona y nos abre las puertas de su corazón y de su vida, puede surgir una pregunta que muchos hombres se hacen, y al no encontrar la respuesta adecuada, tienen la tentación de alejarse de Dios y de cerrarse en sí mismos.
“Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta respuesta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu , con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal” (Catecismo, 209).
El misterio del mal, al que tantos papas, tantos santos, tantos doctores de la Iglesia se han referido en sus escritos y en sus predicaciones, solo se comprende si lo unimos al mal que sufrió Nuestro Señor Jesucristo. Viviendo con Cristo todos los males, desgracias, injusticias que nos pueden sobrevenir y que hemos de padecer, nos daremos cuenta de que ningún sufrimiento se pierde, ningún dolor es inútil, porque todos se convierten en Redención. Cristo vive con nosotros nuestros sufrimientos; y nosotros vivimos con Él su Resurrección. Y así alcanzar la vida eterna, el Cielo, sin mal alguno. Y en el Cielo, descubriremos y gozaremos del Amor Paternal y Misericordioso de Dios.
“Dios es nuestro Padre, porque Él es nuestro Creador. Cada uno de nosotros, cada hombre y cada mujer, somos un milagro de Dios, querido por Él, y conocidos personalmente por Él (…) Dios es nuestro Padre, para Él no somos seres anónimos o impersonales, sino que tenemos un nombre (…) Cada uno de nosotros puede expresar, con esta hermosa imagen, la relación personal con Dios: “Tus manos me han formado. Tú me has pensado, me has creado y querido” (Benedicto XVI, 23-V-2012).
Cuestionario
- Cuando vamos al Sacramento de la Reconciliación y pedimos perdón por nuestros pecados, ¿pensamos alguna vez en la alegría de Dios Padre al darnos su perdón; al acogernos de nuevo en su corazón?
- ¿Somos conscientes de que la vida eterna consiste en “conocer a Dios Padre, a su Hijo Único, Jesucristo, que Él ha enviado a la tierra?
- ¿Damos gracias a Dios por habernos creado, por habernos regalado el don de la vida, que hace posible que le conozcamos y que le amemos? |