Bienaventuranzas.- X.- Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
“Gloria a Dios en el Cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. El anuncio del Nacimiento de Cristo que los ángeles dirigen a los pastores, nos señala el anhelo de Dios de darnos la paz. Y nos invita a que nosotros seamos en la tierra como los ángeles de Belén: un acueducto por el que corren las aguas del cielo que riegan la tierra con la luz del amor de Dios.
“La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el “Príncipe de la paz” mesiánica (Is 9, 5). Por la sangre de su cruz, “dio muerte al odio en su carne” (Ef 2, 16; cfr. Col 1, 20-22), reconcilió con Dios a los hombres e hizo de su Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con Dios. “Él es nuestra paz” (Ef 2, 14). Declara “bienaventurados a los que construyen la paz” (Mt 5, 9) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2305)
¿Quiénes merecen ser considerados pacíficos?
Nadie da lo que no tiene. Para ser estos bienaventurados necesitamos tener paz. Paz con Dios. Paz con nosotros mismos, con nuestra conciencia. Paz con los demás hombres.
Paz, primero, con Dios. Porque conscientes de ser criaturas queridas y amadas por Dios, descubrimos el amor de Dios en Cristo Crucificado y Resucitado, por amor a los hombres. Un Dios Creador y Padre que abre siempre los brazos para acogernos y abrirnos las puertas de su corazón.
En paz con Dios, tenemos paz con nosotros mismos, porque aceptamos y recibimos agradecidos el perdón de nuestros pecados. El arrepentimiento siempre nos da la paz, porque abre nuestro corazón a la luz y al amor de Dios. Y nos perdonamos a nosotros nuestras miserias porque Dios nos las perdona.
Pacíficos en nuestro interior, podemos ser "hacedores de paz" en todas las relaciones con los demás.
En medio de tantas querellas, desavenencias, intrigas, peleas, los pacíficos, siendo sembradores de paz, son un testimonio vivo de la paz que da Cristo, fruto de la reconciliación obtenida en la Cruz. "Dios tuvo a bien hacer residir en Cristo toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos" (Col 1, 20).
La paz que Cristo nos da, es la paz que transmiten quienes piden perdón de sus pecados al Señor, en el Sacramento de la Reconciliación; quienes no guardan en el fondo del corazón rencor alguno contra nadie, ni siquiera contra quienes se obstinan en hacerles mal; quienes rezan por sus enemigos, por los enemigos de Cristo y de la Iglesia, y piden por su conversión.
Y ésa es la paz que Cristo quiere que construyamos en la tierra. Una paz “que no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra sin la salvaguarda de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es la “tranquilidad del orden” (san Agustín, De civitate Dei 19, 13). Es obra de la justicia (cfr. Is 32, 17) y efecto de la caridad (cfr. GS 78, 1-2)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2304).
En esta bienaventuranza queda resaltada la armonía de la acción de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad, conjuntamente, porque la paz es fruto de la fe en la resurrección y de la esperanza en la vida eterna que anuncia la resurrección. Y de la caridad que vence todo pecado y reconcilia el cielo y la tierra en el corazón de Cristo con Dios Padre. Los pacíficos perdonan a todos, no guardan rencor, no provocan querellas, nunca devuelven mal por mal, ven siempre el lado positivo de los acontecimientos.
Cristo se dirigió así a los Apóstoles antes de su muerte: "La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da, os la doy yo" (Jn 14, 27). Él da la paz perdonando, sirviendo. Al presentarse a los Apóstoles después de la Resurrección no les echa en cara que le hayan abandonado y dejado solo en la Cruz. Les ofreció de nuevo Su paz: "La paz con vosotros" (Lc 24, 36).
Y cuando quiso establecer la paz entre los Apóstoles después de la cuestión de quién de ellos sería el mayor, les dijo: “Ya sabéis cómo los que en las naciones son considerados como príncipes las dominan con imperio, y sus grandes ejercen poder sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; antes, si alguno de vosotros quiere ser grande, sea vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos” (Mc 10, 42-44).
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Cuestionario
1.- ¿Siembro paz entre las personas que trato, y procuro arreglar las contiendas que puedan surgir entre ellos?
2.- ¿Busco la paz pidiendo perdón a Dios y a los demás por las faltas que, contra ellos, he cometido?
3.- ¿Busco la paz también con los enemigos de la Iglesia, para que rectifiquen, pidan perdón, y se conviertan? |