La Iglesia (VII).
Iglesia Jerárquica o Jerarquía de la Iglesia.
Aunque antiguamente la expresión más usada era la primera, hoy suele utilizarse más la segunda. Lo importante es que el sentido de ambas es Autoridad o Gobierno de la Iglesia (más acentuada en la segunda) y que la Iglesia posee una estructura jerárquica o de gobierno (más enfatizada por la primera). Estos son los matices que hay que salvar: que la Iglesia querida por Cristo tiene una ordenación sacramental, que da origen a una estructura jerárquica (Papa, Obispos, presbíteros, diáconos) y que, por ello en la Iglesia hay unas personas que han de ejercer el gobierno. Dicho esto hemos de afirmar rápidamente que este gobierno y sus formas no son identificables con los de la sociedad civil. Aquí la autoridad ha de entenderse como servicio y está siempre sometida a las enseñanzas y ejemplos de Cristo. Ni circula por un simple cauce monárquico o absolutista, ni por uno democrático.
La celebración litúrgica, singularmente la de la Eucaristía, manifiesta estas verdades por medio de la ministerialidad sacramental. Los Sacramentos, “dones de Cristo a su Iglesia”, tienen un ministro capaz, en cada caso, de realizarlos en el nombre de Cristo, prestando sus personas a Cristo para actualizar sus obras salvíficas de modo visible y temporal. Estos ministros son además responsables de la válida-lícita-fructuosa administración de dichos sacramentos. La Iglesia, con el correr de los siglos ha destacado cada vez con más precisión a estos ministros mediante sus vestiduras propias y por su localización dentro de la asamblea litúrgica.
Si el alba, o túnica blanca hasta los pies, es signo de la necesaria condición de bautizado para cualquier servicio en la celebración litúrgica, la estola, será expresión de una participación en el sacramento del Orden (Obispos, presbíteros y diáconos) y la casulla el signo de la pertenencia al sacerdocio sacramental (Obispos y presbíteros). Las insignias del anillo, el báculo y la mitra identificaran entre los sacerdotes al que es el cabeza de una diócesis y garante de la comunión de la misma con la Iglesia universal (Obispo), al mismo tiempo que es el supremo moderador de la vida litúrgica de dicha Iglesia territorial o personal.
A su vez si la nave de la iglesia es el lugar que acoge a la unidad de los fieles, dentro de ella se distingue un espacio, normalmente más elevado y que tiene en su centro el altar, que denominamos presbiterio, por ser donde los presbíteros se sitúan durante la celebración de la Eucaristía, copresidan la misma o no. En las zonas periféricas del presbiterio, subsidiariamente, se sitúan, cuando son necesarios para ayudar a los presbíteros o a los Obispos, los diáconos e incluso otros ministerios no sacramentales (acólitos o monaguillos). Igualmente, cuando la celebración la preside el mismo Obispo en su iglesia catedral, se destaca la sede presidencial, lugar desde donde se presiden los ritos de la Liturgia de la Palabra y, si se considera oportuno, también los de conclusión de la celebración, de no hacerse desde el mismo altar, esta sede en la iglesia del Obispo se llama cátedra y por ello su iglesia catedral (o Sede, Seu, Sé…).
Como la Eucaristía se confecciona en la mesa del altar y allí se ofrece sobre el ara, sólo los sacerdotes tocan el altar ritualmente y se disponen más cerca de él durante la Liturgia eucarística. Como ellos son los custodios y administradores del Sacramento en favor de los fieles, ellos comulgan en el altar y llevan luego a los demás fieles la comunión hasta los lugares previstos en la nave. Y por eso también, ellos toman directamente la Eucaristía, pero no así los demás fieles, que han de recibirla de mano de ellos.
Pero nadie está por encima del Sacramento. En cuanto receptores de la comunión eucarística, sacerdotes y demás fieles la reciben de Dios, por las palabras y gestos de Jesús, que reproducen los ministros ordenados (anamnesis), y por la acción del Espíritu Santo invocado (epíclesis). Por eso los ministros ordenados no son dueños, sino administradores de los sacramentos y han de observar en su celebración, meticulosamente, lo prescrito en los libros litúrgicos. Por eso también, al igual que todos los fieles cristianos, antes de comulgar han de expresar, con un gesto de adoración su comunión en la fe de la Iglesia que reconoce a Cristo real y substancialmente presente en el Sacramento.
A su vez son numerosas las advertencias canónicas y litúrgicas que reciben los sacerdotes, en cuanto se refiere a la Eucaristía, para que en su celebración y preparación den siempre prevalencia a la salud espiritual de sus fieles y a su bien pastoral, posponiendo siempre su comodidad, interés material o preferencias espirituales personales. De este modo se traslada a la celebración el modo cristiano de ejercer la autoridad o gobierno.
La adoración eucarística, como prolongación, saboreo y preparación de la celebración y comunión eucarísticas será un momento óptimo para que los sacerdotes recen por sus fieles y pidan ser siempre para ellos instrumentos de una más plena y fructuosa participación en la Eucaristía y sus tesoros de gracia y, al mismo tiempo para que los fieles den gracias por el ministerio de los sacerdotes e imploren con insistencia al Señor de la mies para que les conceda muchos y santos sacerdotes.
Preguntas para el diálogo o la meditación.
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¿Qué idea tengo de la Iglesia? ¿es la sacramental que descubro en la Eucaristía o una sociológica, que acepto de la opinión pública o de mis prejuicios?
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¿Comprendo y respeto con paz las normas y prescripciones litúrgicas de la Iglesia como una forma de vivir y sentir con ella?
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Realmente ¿aprovecho mis momentos de oración junto al Sagrario o al pié de la Custodia para dar gracias por los sacerdotes y para pedir por su santificación y para que no falten vocaciones al ministerio ordenado? ¿rezo por el Papa y por los Obispos, no solo en las celebraciones, sino también en mi oración personal?