CORAZÓN CAUTIVO
Hermosura del Corazón de Jesús ¡Cautiva mi corazón!
Cuando pensamos en la Eucaristía y en el Corazón de Jesús nos damos cuenta de que hay una doble cautividad. Por un lado, Jesús se ha hecho cautivo, se ha dejado encerrar en las especies del pan, y en la caja del sagrario. Está allí de alguna manera “prisionero de amor”, no tiene libertad de ir donde quiera, sino que se deja traer y llevar igual que en el tiempo de su pasión. Su cautividad está, sin embargo, motivada por el Amor. Se queda bajo la especia del pan para estar más cerca de nosotros, se reserva en el sagrario para hacernos compañía.
Por otro lado, para sus adoradores, los que buscan ratos largos de hincarse ante la majestad de Dios escondida en el Sacramento, les ocurre con el tiempo que quedan ellos mismos cautivos, o cautivados por el Amor de Jesús Eucaristía. Descubren como un poderoso imán del que ya es muy difícil separarse y sienten la atracción siempre que pasan cerca de un sagrario. Están como cautivados por tanta humildad, por tanta paciencia, por tanta bondad. A veces decimos que tal o cual persona nos ha cautivado. Con más razón que nadie se lo podemos aplicar a Jesús.
Así lo hace la Iglesia, en su oración de acción de gracias, después de la Comunión de la Misa del Sagrado Corazón dice
SEÑOR, que el sacramento de la caridad encienda en nosotros el fuego del amor santo por el que, cautivados siempre por tu Hijo, aprendamos a reconocerle en los hermanos. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Es la misma actitud que quería infundir Luis de Trelles en la ANE: adoradores en la noche, testigos en el día. Dejarse cautivar por el Dios cautivo, para poder prender con su fuego el mundo. Acercarse al trono de la gracia para alcanzar misericordia y auxilio. Con qué sorpresa Trelles repasa los contrastes divinos que ve sintetizados en la Eucaristía:
La justicia y la paz; la misericordia y el juicio, el amor y la ira, la providencia y el respeto o mejor la reverencia a la humana libertad, la omnipotencia y la humildad que se reúnen en el Hombre Dios, la mansedumbre y la justicia innata del Verbo Divino imagen sustancial y espejo sin mancilla de la divinidad; la suprema soberanía que es inamisible en Dios y la obediencia admirable que ostenta su divino Hijo durante su vida en carne: son fases diversas de un misma rayo de luz purísima que irradia del Eterno Padre y brilla sin sombra a través de la encarnación en Jesús, Dios y hombre verdadero, persona divina por quien se han hecho todas las cosas y criatura modelo en cuanto hombre de la diestra del Altísimo.
Se puede decir que don Luis queda totalmente cautivado por el misterio que contempla en sus noches de adoración, hasta el punto de no encontrar palabras. Por eso exclama:
Jesús, manifestación del Padre igual a él y aun idéntico en esencia, bajó en persona y vino a acercarnos este bellísimo prototipo, para expresarnos de algún modo y a cautivar el humano corazón por ministerio de un amor que no hay palabras para expresar, sin que pudiese por eso menoscabarse ninguno de los atributos de la divina esencia. ¡Arcano impenetrable de luz y de amor que es mejor adorar que explicar, por qué es incomprensible, y que sólo pude la criatura admitir para tributarle profunda adoración y dedicarle un amor sin límites cuanto cabe en el corazón del hombre en cuyo fundo hay algo de insondable e infinito! Yo te adoro Señor en estos altísimos misterios que nos revelan una tan perfecta bondad y que nos ofrecen tanta merced.
Trelles entiende que Dios ha venido al mundo para hacernos prisioneros de su amor, y ve cómo quizá la mayor estrategia que ha encontrado para ello es precisamente la de dejarse aprisionar él mismo en un alimento tan sencillo como el pan, para poder darnos vida y unirse a nosotros en un abrazo espiritual misterioso. Nos apunta una bella analogía que quizá hoy nos puede servir para hacer nuestra meditación ante el Santísimo:
El Hijo de Dios puede decirse que se despojó de su justicia para humanarse y para atraer al hombre por los vínculos de su caridad. Parece como que el rey de la gloria, al disfrazarse y sobre vestirse de la carne del hombre, como el hijo de un monarca poderoso que viniese a traer dones a un pobre siervo, se obligó por un afecto incomprensible a ocultar o velar los rayos de su justicia para aparecer con la gracia que convenía a sus fines de amor. (Trelles LS, 3, 1872)
- ¿Alguna vez te has sentido cautivado por algo?
- ¿Cómo seguiría la historia que nos ha sugerido Trelles?
- ¿Qué cosas son las que más te llaman la atención del misterio eucarístico?