EN EL CORAZÓN DE LA TRINIDAD.
Sabemos que nuestro mundo está hecho para gloria de la Trinidad. Que todas las oraciones de la Iglesia acaban y empiezan en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Pero a veces no caemos en la cuenta de que cuando estamos adorando al Señor el en Sacramento de la Eucaristía nos introducimos por así decirlo en el Corazón de la Trinidad.
Es cierto que sólo el Verbo Eterno, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad es el que se hizo hombre y por tanto es su corazón humano el que late escondido bajo las especies del Pan. Sin embargo, también es cierto que, en la Trinidad, donde está una de las Personas están también las otras dos, porque son una sola naturaleza. Por ello podemos decir que en la Eucaristía se hace presente la Trinidad como en ningún otro lugar de la tierra.
Además, si el Hijo fue enviado por el Padre, también el Padre y el Hijo enviaron el Espíritu Santo. Y el lugar donde más presente se hace esta tercera persona, es precisamente el Corazón de Jesús. Hasta el punto de que muchas veces se le llama fuente de agua viva. Porque el en su Corazón está como en ningún otro el Espíritu Santo que se nos derrama.
Por ello cuando nos postramos ante la Eucaristía, tenemos delante no sólo a Jesús, sino también al Padre que lo envió y al Espíritu Santo que Padre e Hijo nos envían a nuestros corazones. En el centro de la Trinidad está el Hijo, y el Hijo tiene un corazón humano como el nuestro, podemos sintonizar de una manera especial con él y a través de Él entrar en el mayor misterio de nuestra fe, por la vía del afecto y del amor más que por la de la inteligencia y la cabeza.
Trelles se admiraba de este misterio, de cómo podemos a través de la adoración, unir nuestro corazón al de Cristo y así introducirnos en el corazón mismo de la Trinidad. Y se imaginaba como una especie de cazador de corazones, para meter a todos por ese camino a que descubrieran el fin para el que han sido hechos, la gloria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Me holgaría de tener para el propio fin millones de millones de corazones que ofreceros, todos infinitos e insondables en el afecto; y abrigo el deseo de ganar con cada uno de ellos, si los poseyese, todas las gracia e indulgencias posibles de ganar en toda la tierra, en todos los momentos del día, para contribuir así en aquel sentido a vuestra gloria y cumplir vuestra voluntad santísima. Recibid, Señor Sacramentado, esos mis deseos, ofertas y promesas, unidos en el Corazón de Jesús en la Eucaristía como si fuesen infinitos. Y admitid, Señor el vivo deseo de repetíroslos todos los momentos del día, todos los días de mi vida, mientras pueda repetir esta oración y por toda la eternidad en que vivís y reináis, Dios eterno, Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra; con vuestro Hijo Unigénito y eterno también, el Verbo divino que nos redimió con su sangre; y el Espíritu Santo vivificante que procede del Padre y del Hijo y que con ellos es glorificado por los siglos de los siglos Amén. (Trelles, LS 3, 1872)
Adorar la Eucaristía es adorar la Trinidad, es como un adelanto de lo que haremos infinitamente en el Cielo, ya sin velos ni disfraces. Por ello pedimos en nuestras noches de adoración que además del nuestro podamos unir otros muchos corazones al de Jesús, para que estemos todos juntos en el Cielo, gozando de la gloria de la Trinidad.
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