Julio
“NADIE VA AL PADRE SINO POR MI” (Jn 14,6)
Para ser embajador o mediador entre dos pueblos o naciones basta con ser persona humana y obtener la representación que le convierta a uno en interlocutor válido para ambas partes.
Otra cosa es la mediación entre el Creador y sus criaturas.
La necesidad tan hondamente sentida por los hombres de establecer relaciones con la Divinidad hizo que los filósofos paganos imaginaran una cadena interminable de “mediadores” entre Dios y los hombres: mediadores fantásticos, creaciones de ciencia-ficción, que, a pesar de todo y como es natural, no lograban llenar la distancia infinita que separa lo Divino de lo humano.
Sólo Dios pudo dar ese salto.
La Encarnación del Verbo en Cristo Jesús -verdadero Dios y hombre verdadero a la vez- salva esa infinita distancia. Por eso Jesús es para los creyentes “el único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tim 2, 5), “siempre vivo para interceder en su favor” (Heb 7,25), “que está a la diestra de Dios y que intercede por nosotros” (Rom 8,34).
Los que física y visiblemente tocaron a Jesús en carne mortal o después de resucitado, y los que sacramentalmente lo hacemos en la Eucaristía, contactamos con Dios
Así como suena: Contactamos con Dios.
De este contacto divino hablaba con visible estremecimiento el Apóstol San Juan cuando al principio de su Primera Carta se refería a “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos” (1Jn 1,1)
Y Jesús afirmaba: “El que me ha visto a Mí ha visto al Padre” (Jn 14, 9).
ios y los hombres somos las dos orillas de un profundo y ancho río, y el puente, Cristo.
Con razón le llamamos Pontífice, porque “hace puente”, o mejor, es el puente que Dios ha tendido para hacerse accesible a los hombres. El cielo y la tierra se juntan en Cristo.
Por Él bajan de Dios a nosotros sus gracias, y por Él suben de nosotros a Dios nuestras pobres adoraciones, alabanzas y peticiones. Dios ha querido que todo nos venga por Jesús, y que por su medio vaya todo de nosotros a Dios.
A la luz de esta profunda verdad cobra pleno sentido la promesa de Jesús: “Todo lo que pidierais al Padre en mi nombre os lo dará” (Jn 16, 24). Sólo su voz tiene potencia suficiente para llegar hasta Dios.
Y entendemos su tajante afirmación: “Nadie va al Padre sino por Mí”.
Él es el Camino obligado.
Que nadie intente cruzar a nado la anchura infinita del río que nos separa de Dios.
El “puente” acorta distancias.
Si lo empleamos, llegaremos a Dios. Con razón la Liturgia de la Iglesia termina siempre sus oraciones diciendo: “Por Jesucristo Nuestro Señor”. Porque “por Cristo, con Él y en Él a Dios Padre Todopoderoso en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria”.
Yo no pretendo, Señor, cruzar a nado.
Tampoco tengo embarcación apropiada para enviarte a través de ese mar infinito la pobre mercancía de mis obsequios. Pero he leído en tu Apóstol: “... Y todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio al Padre” (Col 3, 17; Ef 5, 19ss).
¡Qué alegría me da saber que mi pobre paquete postal va de esa manera certificado, asegurado y por correo exprés!
¡Y tengo el “buzón” tan a mano...!