Los mandamientos de la Iglesia.- II
El tercer mandamiento de nuestra madre la Iglesia nos invita a: «recibir el sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua».
Jesucristo nos ha dicho: “Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan, vivirá eternamente” “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 51, 54).
Hemos de recibir siempre el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacramentalmente en la Hostia consagrada, en estado de gracia, sin conciencia de pecado; y a la vez con profunda devoción y adoración, como le manifestamos en esa oración, una “comunión espiritual”:
“Yo quisiera Señor, recibirte, con aquella pureza, humildad y devoción, con que te recibió tu Santísima Madre, con el espíritu y el fervor de los Santos”.
La Iglesia nos recuerda también la necesidad de vivir esos dos Sacramentos –de la Penitencia o Reconciliación y de la Eucaristía-, para que no nos olvidemos nunca de que Dios nos perdona nuestras faltas y nuestros pecados, y nos alimenta en la Eucaristía, y así podamos caminar siempre adelante en nuestra vida cristiana, en compañía con Nuestro Señor Jesucristo y con la Virgen María.
El cuarto mandamiento nos recuerda que el cristiano debe: «abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la Iglesia».
Nos pone delante de nuestros ojos el ejemplo de Cristo que padeció sufrimientos en su misión de redimirnos del pecado y de la muerte; y nos invita a vivir tiempos de mortificación y de penitencia, para prepararnos a celebrar las fiestas litúrgicas –especialmente el Domingo, Día del Señor- y poder llegar a adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón, que nos da el vivir con Cristo su Resurrección, venciendo el pecado y la muerte.
El ayuno de la Ley de Moisés era el desagravio del hombre al Señor por los pecados cometidos; era parte de la purificación del alma. Jesús hace nuevas todas las cosas; el ayuno de la nueva criatura será la expresión del cristiano de no dejarse llevar por la atracción de ninguna realidad fugaz y pasajera que le aparte del Amor de Dios, que ha venido a la tierra para vivir con Él.
El nuevo ayuno es el ayuno del corazón, es el ayuno que aparta al hombre de las tentaciones de abandonar la ley de Dios y le da fuerza para de vivir los Mandamientos con el espíritu del Mandamiento nuevo, de las Bienaventuranzas; con el Espíritu Santo, el nuevo Amor que Dios derrama en el corazón de las nuevas criaturas.
Y para que no pongamos todo nuestro interés sólo en las cosas de la tierra –comer, ver películas, jugar, etc.-; nos recuerda la necesidad de ayunar –el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo- y de no comer carne todos los viernes del año, y durante el tiempo de Cuaresma; y ofrecer lo que nos cueste por la salvación de las almas. Todo esto nos pueden parecer cosas sin importancia. Acordémonos del bien que nos hace quedarnos sin un capricho, o realizar una buena acción que no tenemos ninguna gana de llevar a cabo, pero que debemos hacerla para servir a los demás.
El quinto mandamiento nos señala nuestra obligación de «ayudar a la Iglesia en sus necesidades». La Iglesia somos todos, y todos hemos de sentir el peso de sostener su misión en todo el mundo. Por eso, recuerda que todos hemos de sabernos responsables de ayudar, cada uno según su posibilidad, a las necesidades materiales de la Iglesia.
Y por eso, nos invita a que hagamos un esfuerzo para atender todas las necesidades que se presentan, al extender su labor en todo el mundo: construir nuevos templos, nuevas escuelas, ayudar a pobres y necesitados, a enfermos, a sostener los seminarios para formar buenos sacerdotes, etc. Algunos domingos, el sacerdote anuncia que se hará una colecta para atender alguna de esas necesidades, y pide la colaboración de todos. Seamos generosos, y el Señor nos dará su Alegría y Paz.
La Virgen Santa María, Madre de Dios y madre nuestra, pondrá en nuestro corazón la buena disposición de querer vivir siempre con Cristo, nuestro Dios, nuestro Amigo; de querer vivir siempre en y del Amor de Dios, sosteniendo y ayudando las necesidades de la Iglesia.
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Cuestionario
-¿Recibo la Sagrada Forma consciente de estar recibiendo el Cuerpo de Jesucristo; me recojo durante unos minutos al terminar la Misa, en acción de gracias?
-¿Vivo con alegría y paz los días de ayuno y de abstinencia; ofrezco el sacrificio que me pueda suponer, por la conversión de muchas personas a la Fe en Cristo?
- ¿Soy generoso –solidario- con mi dinero al ayudar a las necesidades de la Iglesia? |