El perfecto adorador del Santísimo Sacramento
MANUAL, pág. XXXI - V. Adorado sea el Santísimo Sacramento…
El uno de agosto de 1868 entraba en el Cielo El perfecto adorador del Santísimo, San Pedro Julián Eymard (1811-1868), en palabras de san Juan XXIII.
En el siglo XIX el Señor suscita grandes apóstoles de la adoración eucarística, especialmente en Francia; es allí donde el Venerable Herman Cohen, funda la adoración nocturna y allí la conocerá nuestro fundador el Venerable Luis de Trelles.
Pedro Julián, coetáneo de Trelles, funda la Congregación de Sacerdotes adoradores del Santísimo Sacramento y las Siervas del Santísimo Sacramento, dedicadas a la adoración y a difundir el culto y el apostolado eucarístico bajo la dirección de la Inmaculada.
Su vida y sus escritos son ejemplo que nos ayudan a crecer en el espíritu de adoración y apostolado de Jesús Sacramentado, para que sea perpetuamente adorado y socialmente glorificado en todo el mundo.
La Eucaristía, centro de la vida: “Es preciso que el santísimo Sacramento cubra el mundo”; consciente de la destrucción que lleva la Revolución contra Dios y, consiguientemente, contra el hombre, ve el remedió social, que la Eucaristía sea el centro de todo: “Jesucristo está en la Eucaristía: luego todos a Él”, se nos han de grabar estas palabras, sabiendo que nuestro encuentro mensual es con una Persona viva que se ha quedado con nosotros para nuestro bien, y no hay bien mayor que el que Jesucristo quiere para cada uno de nosotros, en el tiempo y para la vida eterna, para la que hemos sido creados y redimidos.
La Eucaristía lo abarca todo, no es sólo el compromiso mensual, sino un camino de vida, la senda eucarística; por tanto, todas las actividades han de brotar y dirigirse hacia Jesús sacramentado: así nos lo recuerdan el Concilio Vaticano II y los últimos Papas, “fuente y culmen de toda la actividad de la Iglesia”.
El encuentro con Jesucristo vivo, glorificado, presente en la Eucaristía, intercediendo constantemente por nosotros ante el Padre, nos lleva a vivir con el corazón unido a Él, por la vida de gracia y la acción del Espíritu Santo, en nuestras ocupaciones diarias; vivir la presencia de Dios en todo momento y visitarle en el sagrario en las iglesias o saludarle interiormente, al pasar delante de ellas. Pedirle ver todo a través de su presencia eucarística, que es presencia de amor, de donación, de humillación, de servicio, de entrega.
¡Qué vocación tan excelente la de adorador! ¡Cuántas gracias tenemos que dar por haberla recibido! Y ¡cuánto tenemos que pedir a la Virgen y san José que nos ayuden a realizarla con el mismo espíritu que ellos la vivieron en Nazaret, y posteriormente la Virgen en Éfeso, participando en la misa del apóstol amado. Nuestra hora de adoración ha de ser nuestra hora de paraíso; por tanto, prepararnos para ese encuentro con Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.
La intimidad con Jesús ira incrementando el amor, que es la única puerta del corazón; es el amor al Padre y a nosotros que le ha llevado a quedarse en la Eucaristía, hasta que vuelva; a Él tenemos que llevar a tantas personas defraudadas, desesperadas, indiferentes y desengañadas por los amores egoístas del mundo. Él es el amor de los amores, en el tiempo y en la eternidad de la Trinidad. Si las personas fuesen conocedoras y conscientes de que la Eucaristía es el centro del mundo católico, ¡cuántas gracias y dones no recibiríamos que el Señor está deseando otorgarnos desde el sagrario!
Eymar centra la vida de adoración, la senda eucarística, en la comunión y la santa misa diaria, para vivir los cuatro fines del Sacrifico eucarístico: Unirnos a la adoración de Cristo al Padre, adorarle por haberse quedado por y para nosotros; unir nuestra adoración a la de toda la Iglesia que realiza a su Esposo.
Vivir el agradecimiento que el Corazón de Jesús tiene con cada uno, agradecer al Padre la donación de su Hijo, contemplar toda la vida de Jesucristo, para redimirnos y hacernos hijos de Dios y quedarse en el Sacramento, ¡cuántas gracias debemos dar en cada Eucaristía! Le pagaremos al Señor tanto bien alzando la copa de la salvación.
Cristo ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre (CIC 1407), nos unimos a su ofrenda para que llegue la redención a tantas situaciones de pecado, para que donde abundó el pecado sobreabunde la gracia.
¡Cuántas gracias tenemos que impetrar para las personas que no piden, ni llaman, ni buscan, todas ellas resumidas en la petición del Padrenuestro Venga a nosotros tu reino!
El sacerdocio es el don del Corazón de Jesús, decía el Cura de Ars, consejero de Eymar, las dos almas eminentemente eucarísticas, que hicieron de la Eucaristía, celebrada, adorada y recibida, el centro de sus vidas y apostolados, sabiendo que de Ella brota toda renovación y bien de la Iglesia, de los pueblos, para construir la civilización del amor. Jesús en el silencio del sagrario hace sinodalidad con todo el que se acerca a Él, en cualquier momento del día; pidámosle sacerdotes eminentemente eucarísticos.
PREGUNTAS
¿Mi vida está centrada en la Eucaristía como San Pedro Julián?
¿Preparo mi encuentro diario en la santa Misa?
¿Vivo la presencia de Dios visitándole personal o espiritualmente?
¿Soy apóstol de la santa Misa, invitando con la palabra y el ejemplo?