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Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 
 

 

2022

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Amar con su Corazón

MANUAL, pág.  XXXI - V. Adorado sea el Santísimo Sacramento…

        En este mes contemplamos el Corazón eucarístico de Jesús, que nos dice: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn. 14,23) y en San Mateo 11,29: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.

        Le damos gracias por habernos hecho templos de la Santísima Trinidad, que inhabita en nuestras almas, para poder hacer de nuestra vida una ofrenda permanente al Padre en la Santa Misa, unidos a la ofrenda del Corazón de Jesús, con un corazón manso y humilde de nuestra parte.

        Nuestra adoración nocturna mensual unida con toda la Iglesia a las intenciones del Corazón de Cristo,  que en el Sacramento presenta al Padre: “Ved aquí, hermanos de vocación, la nuestra que es un reflejo de la vida beatífica del Paraíso celestial, pues allí se adora, pues allí se ama, pues allí se conoce a Dios tal como es en sí y como Él a nosotros nos conoce”.

        “¿Cómo se hará la obra en el orden material para que conduzca a su objeto? ¿Cómo ha de dirigirse la acción del espíritu en términos de que concurra y convenga al objeto que la Adoración Nocturna se propone? Pues para contestar a estas dos preguntas basta un solo pensamiento: procurar que la oración vocal sea mental y que la mental produzca sentimientos amorosos y predisponga para recibir dignamente el premio óptimo que nos ofrece el Señor en la comunión”.

        Estar con Él en adoración nos anima a repetir sus mismas palabras: “Señor, he aquí que vengo para hacer tu voluntad”; hacer la voluntad del Señor para su Gloria y salvación de nuestras almas. Para ello se ha quedado en el Sacramento noche y día, para que unidos a Él, Víctima inmolada, ofreciéndonos  con Él al Eterno Padre, en agradecimiento y reparación de amor. ¡Cómo no corresponder a tan inefable don!

         En el Adórote devóte dice Santo Tomás, “Piadoso pelicano, Jesús Señor, / límpiame a mí, inmundo, con su sangre;/ una de cuyas gotas puede limpiar / al mundo entero de todo pecado,”; estamos llamados a unirnos a la ofrenda de Cristo, que se trata de la humanidad del Verbo divino, que paga sobreabundantemente nuestro pecado.

        Por la inhabitación de la Trinidad en nuestras almas y cristificándonos,  morando en el Corazón de Jesús, adorando nosotros con Él al Padre, hacemos de nuestra vida un acto de amor redentor a lo largo de la jornada, desde la noche de adoración. ¡Si esto se creyera viva y activamente! ¿quién moraría en otra parte?

         Nos recuerda San Francisco de Sales, cuyo cuarto centenario de su muerte celebramos: “La medida del amor es amar sin medida”, y “Nos enseña el amor de Dios en el Corazón de Jesús especialmente por las dulzuras la humildad y la misericordia”.  Por ello insiste: “El monte Calvario, es el monte de los amantes”, “En el Calvario no puede haber vida sin amor, ni amor sin la muerte del Redentor. ¡Oh amor eterno! Mi alma te requiere y te escoge eternamente. Ven Espíritu Santo inflama nuestros corazones en tu amor. O amar o morir; o morir o amar. Morir a todo otro amor, para vivir tan sólo al de Jesús, a fin de que no muramos eternamente, sí o que, viviendo en tu amor eterno, oh Salvador de nuestras almas, cantemos eternamente: ¡Viva Jesús! Yo amo a Jesús, que vive y reina por los siglos de los siglos.

         Cuantas gracias debemos dar al Señor por el don de ser adoradores nocturnos, unidos al Corazón de Jesús en Getsemaní y poder hacer nuestra adoración con sus mismos sentimientos, para que durante todo el mes los llevemos a tantas personas necesitadas y sedientas del verdadero amor y felicidad.

        En el centenario de la consagración del mundo al Corazón de Jesús, san Juan Pablo II el 4 de junio de 1999 nos animaba en esta dirección: “La Iglesia contempla sin cesar el amor de Dios, manifestado de forma sublime y particular en el Calvario, durante la pasión de Cristo, sacrificio que se hace sacramentalmente presente en cada eucaristía”. “Del Corazón amorosísimo de Jesús proceden todos los sacramentos, y especialmente el mayor de todos, el sacramento del amor, por el cual Jesús ha querido ser el compañero de nuestra vida, el alimento de nuestra alma, sacrificio de valor infinito” (San Alfonso María Ligorio)”.

        El Corazón del Verbo encarnado es el signo del amor por excelencia.

        “Por tanto, exhorto encarecidamente a los fieles a adorar a Cristo, presente en el santísimo Sacramento del altar, permitiéndole que cure nuestra conciencia, nos purifique, nos ilumine y nos unifique. En el encuentro con él los cristianos hallarán la fuerza para su vida espiritual y para su misión en el mundo”

         No hay ninguna realidad que sea ajena al Corazón redentor de Cristo; por ello presentamos toda la humanidad, la Iglesia; en una palabra, cada persona que Él ama y conoce, porque la ha creado y redimido, para que, con nuestra pobre ofrenda, unida a la de su Madre, lleve a plenitud lo que ha prometido y le pedimos en cada Eucaristía: “Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor”. 

PREGUNTAS

    1. ¿Contemplo la unión íntima de la Eucaristía y el Corazón de Jesús?

    2. ¿Busco que las personas descubran el amor que Jesús les tiene desde el Sacramento?

    3. ¿Le pido al Señor que me dé los sentimientos de su Corazón para que otros los reciban?

    4. ¿Fomento la esperanza del reinado de amor del Corazón de Jesús?