«JESÚS... SE LES ACERCÓ Y CAMINABA CON ELLOS» (Lc 24, 15).
Tristes y apesadumbrados por lo sucedido el Viernes Santo caminaban el domingo hacia Emaús los dos discípulos. «Jesús se les acercó y caminaba con ellos, aunque sus ojos estaban incapacitados para reconocerle.»
Es la metáfora más exacta de la Eucaristía:
Jesús, compañero de viaje en el camino de cada hombre a la .patria definitiva.
Compañero invisible, pero real.
En compañía no buscada por nosotros, sino ofrecida generosamente por EI.
Sin El la vida es triste: con la negrura del atardecer del Viernes y sin la claridad de la amanecida del Domingo.
Sin Jesús la vida es triste.
Y sin embargo, los hombres rehuyen su compañía como estorbo.
No les apetece -como a los de Emaús- que se entrometa en sus conversaciones, abrumadas de tedio y rondando los linderos de la desesperación.
Han puesto su confianza en cosas falaces, de las que en vano aguardaban la felicidad, y se les ha muerto la esperanza.
Van por la vida con la mente confusa y el corazón frío. Sólo la presencia del Resucitado es capaz de devolver la claridad, el calor y la alegría al mundo desolado de los hombres pecadores.
Habría que pedir al ángel de la Noche Buena que volviera a anunciar a los hombres la gran noticia del «Dios con nosotros». Aunque no hace falta.
Basta recordar aquel su primer anuncio. Porque Dios sigue estando con los hombres.
Jesús sigue vivo... y cercano... y camina con nosotros.
Todos los episodios del viaje hasta Emaús son -en transparencia- la imagen de la vida gloriosa de Jesús Resucitado entre nosotros: Anticipo de su presencia secular en la Iglesia.
Todo sucede ahora igual que allí y entonces.
Jesús nos escucha: Oye complacido el amor y la estima que por El sentimos («Profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo»), y la fe, y esperanza que nos faltan («Nosotros esperábamos... pero»).
Luego nos riñe: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los Profetas!»
Y nos explica las Escrituras, haciendo arder el corazón que teníamos frío.
Y adelantándose a toda posible petición -¡a la obligada petición!- de que se quede con nosotros, entra y se sienta a la mesa.
Y al partir el pan... nuestros ojos no le ven... pero sabemos que está.
Quiero vivir, Señor, en tu Iglesia un continuo Emaús. Pégate a mí cuando voy de camino. Aunque groseramente no Te salude.
Aunque aparentemente, como los que iban a Emaús, tu compañía me resulte enojosa al principio.
Y ríñeme cuando sea necesario. Tendrás que hacerlo muchas veces, con infinita paciencia.
Ya me arderá luego el corazón, cuando me expliques las Escrituras en el camino.
Y ya Te conocerán los ojos de mi alma, cuando, al definitivo partir el Pan, a la llegada, dejen de ver los de mi cuerpo las especies que en el camino Te ocultaban.
Todo, menos dejarme. Todo, menos marcharte. Porque se hace de noche sin Ti.
Estate, Señor, conmigo
siempre, sin jamás partirte;
y, cuando acordares irte,
allá me llevas contigo;
que el pensar si te me irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin Ti me quedo,
temo, Señor, tu partida;
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que Tú das
¡ay! ¿cómo alcanzarla puedo
cuando yo sin Ti me quedo,
cuando Tú sin mí te vas?
(Fray Damián de Vegas)
CUESTIONARIO
. ¿Agradezco que Jesús Resucitado se haya hecho en la Eucaristía compañero de viaje a lo largo de toda mi vida?
. ¿Me siento de verdad acompañado por Él en el camino?
· ¿Le echo de menos -y le pido que se quede- cuando aparenta alejarse?
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