«HEMOS VISTO SU ESTRELLA Y VENIMOS A ADORARLE» (Mt 2, 2)
Estas palabras pone San Mateo en boca de los Magos de Oriente cuando llegan a Jerusalén.
Preguntan por el recién nacido Rey de los Judíos... «porque hemos visto -dicen- su estrella en Oriente, y venimos a adorarle». El Evangelista cuenta que así explicaron el origen de su viaje y el motivo de su presencia allí. Pero al final eso fue, poco más o menos, lo que le dijeron al Niño al que encontraron en brazos de su Madre: «Hemos visto Tu estrella, y hemos venido a adorarte».
Y es una bella oración.
Porque refleja el agradecimiento a la llamada de Dios, y formula con sencillez la oportuna respuesta del hombre. Y eso es oración: toda forma de conversación con Dios, en la cual Él habla el primero y a nosotros toca responder.
«Hemos visto tu estrella» no es, en labios de los Magos, una expresión de vanidad farisaica que atribuya a méritos propios haber visto lo que otros no vieron.
Es fórmula de gratuidad al Señor que provocó en los cielos un fenómeno capaz de atraer su atención de astrólogos. El acento no está en el «hemos visto», sino en la Providencia amorosa de Dios que hizo brillar «su estrella». Sólo porque Dios la envió la hemos visto nosotros.
Tampoco hay en la oración de los Magos ningún juicio despectivo de los que no la vieron.
Contemplar el firmamento era su oficio de astrólogos. Si Dios se hubiera anunciado por una piedra preciosa, brillante en el fondo de una mina, la habrían visto los mineros.
Si hubiera sido una señal en el fondo de los mares, la habrían visto los buzos.
Hay en la oración de los Magos mucho de agradecimiento por haber sido ellos, gratuitamente y sin mérito, los destinatarios del aviso.
La segunda parte de la oración es la obligada respuesta de los Magos al don de Dios: «y venimos a adorarte.»
La adoración es la mejor forma de agradecimiento y la mejor respuesta del hombre a los beneficios de Dios. Sobre todo, cuando además comporta esfuerzo, sacrificio y entrega.
Como todas las oraciones del Evangelio, ésta de los Magos es breve. Resume en un sencillo «venimos» todo el ajetreo de un largo viaje, incómodo y a la ventura, desde el remoto Oriente hasta Jerusalén, sin contar con la posible rechifla de los vecinos y conocidos por lo que hubieron de considerar poco menos que una locura.
Quiero, Señor, como afortunado creyente, repetir la oración de los Magos. Con ella te quiero decir: ¡Gracias por haberme llamado! No es mérito mío haber oído tu llamada; ha sido bondad tuya hacérmela oír. Haz, Señor, que la oigan otros.
Que llegue también, Señor, a los mineros y a los buzos.
Por mi parte, con la ayuda de tu gracia, quiero, como los magos, recorrer el camino que me lleve hasta Ti, aunque lo haga largo mi pereza y mi desgana. Te buscaré cada día hasta encontrarte en el Sagrario (nueva Belén = Casa del Pan).
Y, postrándome, Te adoraré, agradeciendo tu generosidad en hacerme ver la estrella.
Y Te ofreceré mis pobres presentes.
Y me volveré por otro camino; renovado y cambiado, tras el feliz encuentro.
Cuestionario
. ¿Estimamos como gracia especial de Dios la llamada a la fe, y le pedimos al Señor que la haga extensiva a todos los hombres?
· ¿Es adecuada nuestra respuesta?
· ¿Con qué frecuencia adoramos al Señor en el Sacramento?
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