«OS ANUNCIO UNA GRAN ALEGRIA» (Lc 2, 10)
El Evangelio de San Lucas pone estas palabras en boca del ángel del Señor que anuncia a los pastores de Belén el Nacimiento de Jesús.
Siempre en el lenguaje bíblico los mensajes de los ángeles dan la dimensión trascendental del episodio al que se refieren. Así, el himno de la milicia celestial que a renglón seguido recoge San Lucas («Gloria a Dios en las alturas y paz sobre la tierra a los hombres del divino beneplácito») expresa de forma sintética el alcance de la Encarnación del Verbo: hacer posible la glorificación de Díos por los hombres y la reconciliación de los hombres por parte de Dios. De igual manera, el parlamento de los ángeles a la mujeres que fueron de madrugada a la tumba del Señor (¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí: ha resucitado) (Lc 24, 5) da la explicación exacta del sepulcro vacío.
Si el ángel de Belén, por tanto, califica el Nacimiento de Jesús como «una gran alegría, que lo será para todo el pueblo», es que el Espíritu Santo quiere que entendamos en clave de gozo la Encarnación del Redentor.
Y así es en verdad.
¿Hay -o puede haber- para la Humanidad mayor motivo de gozo que saberse visitada por Dios hecho Hombre («Dios con nosotros»)? ¿Pudo jamás el hombre soñar con ver a Dios hecho uno de nosotros, y oírle y palparle y comer con Él?
Cuando ya no quedaban apenas testigos presenciales del acontecimiento, ancianito y próximo a desaparecer, el Evangelista San Juan escribía a los fieles de Asia: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de la Vida... lo que hemos visto y oído os lo anunciamos... para que vuestro gozo sea completo» (1Jn 1, 1-4).
Todos los días somos testigos de la ilusión con que hombres y mujeres se apiñan al paso de un «personaje» puramente humano (religioso, político, artista...) y comprobamos la felicidad que los inunda si consiguen un autógrafo, o salir juntos con él en una foto, o estrechar su mano.
Pues todo eso no tiene comparación con la suerte de los pastores de Belén que fueron los primeros -después de María y José- en ver de cerca a ¡Dios con nosotros!
Le sobraba razón al ángel para decir -y la expresión era pálido reflejo de la realidad- que les anunciaba una gran alegría.
No me lo ha dicho nadie. Pero estoy seguro de que, cuando vieron al Niño en brazos de su Madre, inventaron la invocación de la Letanía: ¡Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros!
Y sé que se queda corto el Evangelista cuando refiere que «los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2, 20).
Es lo que tendríamos que hacer nosotros, sabedores de lo que aquella Noche sucedió, y seguros como estamos de que el mismo Dios con nosotros sigue estando en nuestros Sagrarios, como entonces sobre las pajas, para alegría de los creyentes.
¿A qué se debe, Señor, que en el mundo todavía haya tantos agobiados de tristeza y desesperación, como si no hubiera habido Nochebuena?
Manda de nuevo a tu ángel para que anuncie a los hombres la gran alegría. ¿O es tu designio que hagamos de ángeles nosotros, los que creemos en Ti y nos hemos enterado?
Así hicieron los pastores: «Dieron a conocer lo que les habían dicho de aquel Niño» (Lc 2, 17).
Hazme, Señor, como ellos y como el ángel, sembrador de alegría.
Abre, Señor mis labios.
Cura mi mudez... ¡y la sordera de los hombres!
CUESTIONARIO
· ¿Inunda mi alma el gozo de la presencia del Señor entre nosotros, o ando a caza de alegrías efímeras?
· ¿Me duele la tristeza desolada de los que no tienen fe?
· ¿Trato de contagiar la auténtica alegría del cristiano a los que ignoran los motivos de la misma?
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