LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA.
La Confirmación (II)
La acción del Espíritu Santo, que fortalece en primer lugar el interior de la persona del creyente, se refleja hacia el exterior, en la condición social del hombre y en sus actuaciones públicas.
Recordemos brevemente los efectos de la Confirmación en el alma del bautizado:
“nos introduce más profundamente en la filiación divina, al sabernos “hijos de Dios en Cristo”; y, por tanto, nos une más firmemente a Cristo; aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, ciencia, consejo, fortaleza, piedad y temor de Dios; nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no avergonzarnos jamás de la cruz" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1303).
La Confirmación, por tanto, subraya con claridad la dignidad a la que han sido llamados los cristianos: a vivir con Dios y en Dios, siendo hijos de Dios, y manifestando la grandeza de este vivir en Cristo, con sus obras y con sus acciones, porque estamos llamados también a ser testimonios vivos de la vida –en el cielo y en la tierra- de Cristo muerto y resucitado. Testimonios, por tanto, no sólo de la presencia y estancia de Cristo en el tiempo y en el ahora de la vida de los hombres, sino también, del vivir de Cristo en la eternidad del Cielo.
Vivir con Cristo, guiados por el Espíritu Santo y participando de la naturaleza divina, implica una plenitud de vida, una riqueza de espíritu, que lógicamente se traduce en testimonio de la vida de Cristo entre nosotros, en medio de las más variadas situaciones del vivir.
La vida del cristiano confirmado tiende a convertirse en un testimonio real del vivir de Cristo. Porque esta vida en Cristo es también vida de Cristo en nosotros, y no sólo es el Espíritu Santo que clama dentro de nosotros "¡Abba, Padre!”, es también Cristo que nos une a su sacerdocio y nos hace vivir a todos los fieles cristianos, miembros de la Iglesia, su propio sacerdocio de ofrecimiento, de intercesión, de reparación, de acción de gracias a Dios Padre.
En verdad podemos decir que la acción del Espíritu Santo que recibimos en la Confirmación, nos une tan firmemente a Cristo, nos ayuda a identificarnos con Él, a hacer que el mismo Cristo crezca en nosotros en espíritu. Un crecimiento que guarda cierta analogía -salvadas lógicamente todas las distancias, como ya hemos dicho- con el crecimiento de Cristo en María, en la carne de María.
Cuando consideremos los Dones del Espíritu Santo, y sus Frutos en nuestro yo, subrayaremos la realidad de la conversión del cristiano en el mismo Cristo, que hace posible desarrollar la capacidad de entender y de actuar para dirigir todo al bien, "al bien de quienes aman a Dios".
Jesucristo manifestó con toda claridad la existencia del Espíritu Santo, la realidad de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y prometió enviarlo a los hombres. Primero, lo recibieron los Apóstoles en Pentecostés; ahora nos lo envía a nosotros cuando recibimos los Sacramentos.
Y el Espíritu Santo nos da la fuerza para “confesar la fe en Cristo públicamente”.
Cuestionario
- ¿Me doy cuenta de que al recibir el Espíritu Santo en la Confirmación, mi espíritu recibe una gracia especial para orar, para adorar a Dios?
- ¿Tengo la valentía de manifestar mi fe y, especialmente, mi fe en la Eucaristía, incluso entre personas que blasfeman contra Dios y contra Cristo?
- Llevar a un amigo con nosotros para adorar al Señor en el Sagrario es una fuente de gozo para nuestra alma, ¿le pido a la Virgen que me dé la audacia de hacerlo?
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