La Unción de los enfermos.- (II)-
La celebración del Sacramento
El sacramento de la Unción de los enfermos se administra a los enfermos de una cierta gravedad, aunque no haya un inminente peligro de muerte.
En el transcurso de los siglos, la Unción de los enfermos fue conferida, cada vez más exclusivamente, a los que estaban a punto de morir. A causa de esto, había recibido el nombre de “Extremaunción”. A pesar de esta evolución, la liturgia nunca dejó de orar al Señor a fin de que el enfermo pudiera recobrar su salud, si así convenía a su salvación.
La Constitución apostólica Sacram Unctionem Infirmorum del 30 de Noviembre de 1972, de conformidad con el Concilio Vaticano II, estableció que, en adelante, se administrara a los gravemente enfermos, sin necesidad de esperar a que estuviera en un inminente peligro de morir, y también a quienes empiecen a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez.
Por esta razón, es apropiado recibir la Unción de los enfermos antes de una operación importante, y cuando la edad es avanzada y las fuerzas se debilitan. Este sacramento se puede recibir varias veces, incluso durante el proceso de la misma enfermedad.
El sacerdote unge al enfermo en la frente y en las manos con aceite de oliva debidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas palabras: “Por esta santa Unción, y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad”.
La Unción de los enfermos se celebra en familia, en el hospital o en la iglesia, para un solo enfermo o para un grupo de enfermos. Si las circunstancias lo permiten, la celebración del sacramento puede ir precedida del sacramento de la Penitencia y seguida del sacramento de la Eucaristía.
En cuanto sacramento de la Pascua de Cristo, la Eucaristía debería ser siempre el último sacramento de la peregrinación terrenal, el viático para el paso a la vida eterna. En no pocas ocasiones el enfermo no está en condiciones para recibir la Comunión: dificultades en tragar, inconsciencia, etc. En estos casos, y si es posible, se puede invitar al enfermo a manifestar su amor a la Eucaristía diciendo “comuniones espirituales”.
La celebración del sacramento comprende principalmente estos elementos: “los presbíteros de la Iglesia” (St 5,14) imponen –en silencio – las manos a los enfermos; oran por los enfermos en la fe de la Iglesia (cf St 5,15); es la epíclesis propia de este sacramento; luego, ungen al enfermo con óleo bendecido, si es posible, por el obispo.
La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan a la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.
La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf. Mt 4,24) son un signo maravilloso de que “Dios ha visitado a su pueblo” (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
“A menudo, Jesús pide a los enfermos que crean (cf. Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf. Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf. Jn 9,6 s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf. Mc 1,41; 3,10; 6,56) “pues salía de él una fuerza que los curaba a todos” (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa tocándonos para sanarnos” (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1504).
El Señor resucitado renueva este envío: “En mi nombre…impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”; (Mc 16,17-18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3). Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente “Dios que salva”, y quiere estar cerca de todos los que sufren enfermedades y acompañarles en los momentos finales de su vida terrena.
Cuestionario
- ¿Soy consciente de que acompañando a un amigo a recibir la Unción de los enfermos, le ayudo a preparar su alma para la vida eterna?
- Si soy yo el enfermo grave, ¿llamo a un sacerdote para recibir este Sacramento?
- ¿Doy indicaciones a mis hijos, a mis amigos, para que, en caso de que yo no pudiera hacerlo, llamen ellos a un sacerdote y me dé la Unción?
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