2019
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Temas de reflexión
Julio
APRENDER A MEDITAR CON D. LUIS DE TRELLES
Don Luis de Trelles en su revista La Lámpara del Santuario nos ofrece numerosos ejemplos prácticos de lo que era su modo habitual personal de meditación o lectura meditativa. Os selecciono el nº 22 de los prospectos, publicados en el libro Luis De Trelles Noguerol LA LUZ, SÍMBOLO DE CRISTO Prospectos de “La Lámpara del Santuario” (1870-1891). El hecho de que aparezca publicado como un artículo de la revista no puede ocultar que está plasmando en su escrito lo que en silencio ha inspirado en su interior la contemplación ante el Sagrario de un objeto aparentemente inerte y que de pronto se convierte en imagen o alegoría de un adorador nocturno. Mi actitud ante el Señor debe ser como la humilde lamparilla que advierte a los demás de la presencia real del Señor.
Si me permitís decirlo así, Don Luis hace una lectura meditativa de un objeto, no de un libro. Todo sirve si ese todo me lleva hacia el Señor. La lámpara es un artilugio que no tiene otro fin que el de producir la llamita de la luz, iluminar en medio de las tinieblas y de la penumbra del templo avisando a todo el que se acerque que Dios está aquí. Humilde, como es, don Luis busca quien avale con más autoridad su afirmación. Son mil los pasajes bíblicos que relacionan a Dios con la luz e incluso al alma de los seres humanos con la antorcha encendida o con una lámpara: “la presencia de Dios es para el alma como el resplandor de la luz para los ojos corporales.” Y qué quiere él para los adoradores sino que sirvamos “de carbón encendido que inflamase los corazones fieles en el amor hacia el Augusto Sacramento de nuestros altares”. Ha descubierto la analogía y nos la brinda para que por medio de la oración lleguemos a descubrir el alma de la Adoración Nocturna, su secreto más preciado “la analogía del alma enamorada del Dios-Hostia, con la lámpara sacramental, que parece ser su dechado, cuando del orden físico se puede inferir para el orden espiritual.”
Establece la relación mostrando el paralelo que existe entre el cuerpo como realidad material y el alma, como llama que arde encendida por el amor de Dios, fuego que en su calor manifiesta la razón profunda que nos hace mirar fijamente al Amor de todo un Dios, que con corazón humano espera y busca nuestro amor por poquita cosa que sea
Leamos lentamente y busquemos más que entender, sentir su amor y buscar corresponderle. No temas hablarle como a un amigo, o como a un esposo o como al Rey y Señor de todo lo creado. Cada modo tiene su ocasión. Pídele al Espíritu que te encienda en ansias redentoras, ofreciéndole tu persona y tus obras y suplicándole que seas luz para los que viven cerca de ti, a pesar de sentirte leño verde, poco propicio a ninguna manifestación de afecto, áspero y seco solo para rechazar las ternuras y no para arder en amores. Suplícale que te dé la llama de su amor al mismo tiempo que percibas, no sólo que sepas, que Él nunca dejará de amarnos. Dios con su gracia nos los puede dar cuando quiera. Tampoco amar es sentir. Mira cómo nos lo dice Don Luis: “el amor es una cremación mística, una traslación de vida por la voluntad y el afecto.” “Recuerda y se compara al adorador nocturno que eleva calladamente su fervorosa plegaria al cielo, encendido su corazón en amor divino y emitiendo ante la presencia real de Jesús humildes preces, que sólo están impregnadas de vida espiritual, cuando la gracia divina, luz de Dios, las anima y hace accesibles a la mirada del Señor.” Es que Dios es Amor y no hay otro camino de perfección que amarle. No es necesaria la lectura completa del texto. Detente en la frase que te inspire, deja que te remueva internamente y salta de tu corazón al suyo. Dialoga en amistad con quien sabemos nos ama.
“La lámpara del santuario, semejante a la luz que resplandece en las tinieblas, fulgura calladamente entre las sombras de la noche enfrente del tabernáculo.
El alma justa se compara muchas veces en los Salmos de David a una antorcha encendida por la presencia de Dios.
Dios es mi iluminación y mi salud (Deus illuminatio mea, et salus mea) dice el salmo XXVI, 1. Tú enciendes mi lámpara, dice el salmo XVII, 29.
La claridad de Dios la ilumina y su lucerna es el Cordero dice hablando de la gloria en el salmo XII, 4 y repite el Apocalipsis, XXI, 23. Alumbra mis ojos para que nunca me duerma dice el salmo LXXV, 5.
El Señor ilumina desde los montes eternos dice el salmo CXXVIII, 12.
Hablando de la venida del Mesías, en fin, dice el salmo XXXIII, 6: La noche se iluminará como el día, acercaos a Él y seréis iluminados.
En todos estos pasajes y en otros de los libros santos el resplandor de la luz significa la presencia de Dios, o mejor la presencia de Dios es para el alma como el resplandor de la luz para los ojos corporales.
Sobre este bello pensamiento venimos a discurrir hoy, por si podemos decir algo que edifique a nuestros lectores y acreciente su devoción.
Dada la indicada analogía del resplandor de la luz con la presencia de Dios en el alma, síguese que el mejor símbolo que se pudo hallar de la presencia real en la Sagrada Eucaristía, es mantener enfrente del tabernáculo una lumbrera, como signo de que allí se hospeda personalmente el Dios vivo. De suerte que la oportunidad del símbolo y el uso de su nombre y de su figura en un escrito, signifique, recuerde y reclame lo que al sujeto y objeto simbolizado pertenece y conviene.
Nuestra alegoría viene a denotar que, así como la luz del santuario se enciende y mantiene viva para atraer la atención del cristiano a la presencia real, así nosotros quisiéramos que nuestras pobres frases sirvieran de incentivo a la devoción, de llamada a la Adoración, y de carbón encendido que inflamase los corazones fieles en el amor hacia el Augusto Sacramento de nuestros altares.
Acerca de esto mismo, aunque bajo otra forma, hemos escrito tanto en ocasiones iguales a la presente, que tendríamos que repetirnos, si en ello insistiésemos. Mas en este propio simbolismo hay un punto nuevo, que nos hemos propuesto meditar y que invitamos a nuestros amigos a profundizar, a saber: la analogía del alma enamorada del Dios-Hostia, con la lámpara sacramental, que parece ser su dechado, cuando del orden físico se puede inferir para el orden espiritual.
La lámpara, en su parte externa, es un cuerpo suspendido de lo alto y colocado entre el cielo y la tierra. Pende de la bóveda del templo, que semeja al cielo; tiende por su gravedad a la tierra, en la que caería si la cadena o cuerda se rompiese; en el centro de ese péndulo hay un vaso y en él arde una pequeña luz que sube al cielo, y que cuando se sumerge, se apaga y se muere.
¿Quién no descubre que la lámpara es comparable al hombre, que deriva de Dios por la creación, y su persona se ve como suspendida y atraída a la tierra por su parte corporal y al cielo por su derivación de Dios?
¿Quién no descubre que la pobre lámpara sacramental, afecta una vida, cuya tendencia es a lo más elevado, so pena de apagarse y morir ahogada en el líquido mismo en que sobrenada?
Aun reduciendo la consideración a la luz que despide sus resplandores en el vaso diáfano dentro de la lámpara, el modo de vida de aquella lucerna, haciendo su pábilo de un objeto relativamente incombustible, recuerda y se compara al adorador nocturno que eleva calladamente su fervorosa plegaria al cielo, encendido su corazón en amor divino y emitiendo ante la presencia real de Jesús humildes preces, que sólo están impregnadas de vida espiritual, cuando la gracia divina, luz de Dios, las anima y hace accesibles a la mirada del Señor.
Ahondando más el estudio, advertimos que la vida humana, no sólo se asimila metafóricamente a la luz, sino que supone una doble combustión en los pulmones para la vida animal y en el corazón para la vida moral y espiritual, pues la vida moral es amor e inmolación que hacemos de nuestro ser al objeto o sujeto de nuestro afecto rey, en términos que se puede decir que el hombre vive más en donde ama que en donde anima, y el amor es una cremación mística, una traslación de vida por la voluntad y el afecto.
Esto es tan exacto en el orden espiritual, que pudo decir San Agustín, recordando sin duda que al objeto de su voluntad y afecto se transfiere el hombre: Si amas tierra, eres tierra; si amas a Dios ¿qué diré? pues que eres Dios.
No hay por tanto grande distancia, antes bien hay casi semejanza, metafóricamente hablando, de la cremación de la vida a la cremación de la luz y de ésta al verse significada por aquélla, o aquélla al decirse simbolizada por ésta; puesto que la vida es doble combustión en lo físico y en lo moral, y para representarse por la luz encendida, el hombre vivo, o el corazón amante, no hay que sacrificar mucho, ni menos violentar el lenguaje simbólico, como quiera que, por otra parte, el hombre y la luz alientan y se alimentan, se nutren y viven aspirando oxígeno: al punto de acabarse su vida, si no están rodeados de bastante aire, digámoslo así.
Aplicando pues, el símil, el alma devota del Augusto Sacramento, y señaladamente el adorador nocturno, deben tomar por modelo ejemplar la luz que arde en la lámpara del santuario, nutriéndose y alimentándose del oxígeno de la gracia, aspirando siempre al cielo y fundiendo sus preces en el horno incandescente del amor, que irradia y se comunica del hogar del Corazón de Jesús, para que inflamada el alma en el amor que Jesucristo vino a traer a la tierra, opere la vida de sacrificio que afecta la cremación y se consuma y desfallezca, como dice San Buenaventura, en los atrios del Señor, y desee consumirse, y disolverse, y morir de amor a sus pies, una vez traspasadas las entrañas y los ocultos senos del corazón con el dardo suavísimo y salubérrimo de la transverberación.”
PREGUNTAS
1ª Por qué resulta evidente de la mano de Don Luis la relación entre el alma y la Lamparilla que ilumina el Sagrario? ¿Qué podría impedir que la luz siguiera iluminando? Examina para despertar nuestro dolor o compunción?
2ª Por qué San Agustín nos enseña “Si amas tierra, eres tierra; si amas a Dios ¿qué diré? pues que eres Dios.” Don Luis afirma: se puede decir que el hombre vive más en donde ama que en donde anima. Importancia del amor: dime qué amas y te diré quién eres.
3ª ¿Si en vez de realizar la meditación sobre la lamparilla del sagrario y el alma de un adorador, te fijaras por tu cuenta en la puerta del sagrario? ¿Qué ideas te sugiere una puerta tras la que se encuentra el Señor? ¿Puedes abrir o cerrar la puerta, sólo con desearlo, aún cuando no esté expuesto? Cerrar y abrir tu corazón, traspasar las paredes materiales con tu fe y llegar hasta el sagrario, por distancia material interpuesta que exista, con solo tu amor. Meditar es una senda que va de tu corazón al del Señor.
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