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Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 
 

 

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Temas de reflexión

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Adoración y Misericordia

MISERERE NOSTRI DOMINE!

         La Misericordia reparte su pan con el hambriento, su alma con el desgraciado y su corazón con el que sufre angustias o expone su vida por quien se halla expuesto a perderla. ¡Sublime impulso que el Espíritu Santo da al hombre cuando obra éste mirando sólo a Dios! ¡Sobre excelente movimiento! Que por lo mismo que parece y es opuesto a la naturaleza humana, atestigua como don perfecto que es su derivación del Padre de las luces, según dice el Apóstol. ¿Cómo, en qué grado, con qué energía, hasta dónde, en qué momento, y de qué modo reside y obra esta llama purísima en el divino Corazón de Jesús Eucaristía? No es posible adivinarlo y menos decirlo, sino por indicios que nos dan las fimbrias áureas que se vislumbran a través de las llagas sacratísimas del Señor (L.S. Tomo I, 1870, págs.441-443)

         Hoy Luis de Trelles nos invita a asomarnos a las llagas de Cristo para contemplar a través de ellas la Misericordia infinita en que arde el Corazón Eucarístico de Jesús. Jesús en la Eucaristía da, en efecto, un pan para nosotros los hambrientos, su alma para nosotros desgraciados, y su Corazón para nuestros sufrimientos… Jesús tiene misericordia grande de todos nosotros: la prueba es la Eucaristía.

         Dios nos ha dado mil pruebas de su misericordia, basta releer el salmo 136, para ver en cada intervención de Dios en la historia, una prueba de su eterna misericordia. Pero quizá como ninguna otra, la gran hazaña de la Misericordia de Dios fue el misterio pascual: la Eucaristía y la Cruz.

         “Repetir continuamente “Eterna es su misericordia”, como lo hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes. Antes de la Pasión Jesús oró con este Salmo de la misericordia. Lo atestigua el evangelista Mateo cuando dice que «después de haber cantado el himno» (26,30), Jesús con sus discípulos salieron hacia el Monte de los Olivos. Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de Él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este Salmo, lo hace para nosotros los cristianos aún más importante y nos compromete a incorporar este estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: “Eterna es su misericordia”.” (Misericordiae Vultus 7)

         Jesús puso la Eucaristía en el horizonte de la Misericordia, vivió la Cruz como misterio de Misericordia. Pero al mismo tiempo, nosotros podemos tener misericordia de Jesús. Claro que no de la misma manera, nosotros no podemos cargar con sus pecados como él hace, por la sencilla razón de que él no tiene pecados… Pero sí podemos dejar que las miserias que quiso sufrir (el hambre, el cansancio, la sed, la pasión…) toquen de veras nuestras entrañas, nuestro corazón y nos muevan a ofrecerle algún consuelo. A Jesús Eucaristía hay que pedirle: “¡Ten misericordia de mí!” Pero también hay que escucharle que él nos dice “¡Ten misericordia de mí!” También en la Eucaristía Jesús admite sufrir miserias: soledad, abandono, ingratitud, indiferencia… ¿acaso no deberían tocar nuestras entrañas en un movimiento de misericordia hacia él?

          (Jn 20, 24-31) Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.»

         Todos nos hacemos miserables cuando endurecemos nuestro corazón. Nuestra falta de fe, nuestra cabezonería, nuestra pereza, nuestra tristeza son verdaderas miserias que nos hacen incapaces de escuchar la mejor de la noticias. ¡Cuántas veces habremos oído “hemos visto al Señor” y sin embargo nos habremos mantenido en nuestras míseras distracciones! Por suerte el Señor no se deja vencer, al contrario, cuanto más grande es el abismo de nuestra miseria tanto más crece el abismo de su misericordia:

         Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.»

         ¡Qué bueno es Jesús! Se abaja hasta la condición puesta por Tomás, sabe que él necesita palpar para poder tener fe, y le deja tocar sus llagas gloriosas. Tomás tiene la infinita suerte de poder meter su mano en las llagas de Cristo para robar en ellas el tesoro de la Misericordia de Dios. Del Corazón Santísimo de Jesús, el mismo presente en la Eucaristía, brota por sus llagas una luz roja y blanca, un torrente de misericordia, de purificación y de sacrificio que ayuda a Tomás a apartarse de sus miserias y a hacer un acto de fe.

         Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»

          Al tocar a Jesús, Tomás es tocado por la Misericordia, e inmediatamente cae en adoración: reconoce la majestad de su Dios y a la par, su propia pequeñez. Adoración y Misericordia tienen mucho que ver. Por un lado, sólo quien se reconoce pequeño y reconoce la grandeza de Dios (adoración) es capaz de ver sus miserias y abandonarlas en el Corazón del que todo lo perdona (misericordia), por otra parte, misericordia es lo que nos grita el Corazón sólo de Jesús en los sagrarios, buscando almas que por la adoración quieran llevar un poquillo de su soledad y penas. “Señor mío y Dios mío”, hermosa oración de Misericordia y Adoración.

          Sor Faustina Kowalska pudo experimentar místicamente esta íntima unión entre estos misterios: la Eucaristía y la Misericordia

         ¿Quién concebirá jamás y entenderá la profundidad de la misericordia que brotó de su Corazón? Sólo en la eternidad conoceremos el gran misterio que nos fue dado en la Santa Comunión. Un día sabremos lo que Dios hace por nosotros en cada Santa Misa, y qué clase de regalo nos tiene preparados a través de ella. (Santa Faustina Kowalska, Diario, 914)

         Tú, oh Señor, partiendo de esta tierra deseaste quedarte con nosotros y te dejaste a ti mismo en el Sacramento del Altar y nos abriste de par en par tu misericordia, nos abriste una inagotable Fuente de tu Misericordia; nos ofreciste lo más valioso que tenías, es decir, la Sangre y el agua de tu Corazón. (Santa Faustina Kowalska, Diario, 1747)


         ¿Invoco a menudo la Misericordia en mi conversación con Dios?

         ¿Cuándo recibí por última vez el sacramento de la Misericordia?

         ¿Cuál fue la última obra de Misericordia que hice por mis hermanos adoradores?