DIVINO PRISIONERO
“Vuestro encierro voluntario.... es un portento de caridad que asombra al que advierte y considera vuestra voluntaria clausura en el tabernáculo, que es la última forma de humildad de un Dios hecho hombre, que no contento con reducirse a la última expresión de la materia, cumple su promesa infalible de estar con nosotros hasta la consumación de los siglos. Todo lo pasa el Señor amantísimo, por afecto a sus hermanos en la carne, y porque ha querido renunciar a su libertad de acción, declarándose doblemente preso: por su promesa y por su amor inefable.” (Artículo escrito por don Luis estando preso y publicado en la revista La Lámpara del Santuario, tomo 3, (1872) págs. 168-171)
Trelles nos invita a contemplar a Cristo en la Eucaristía, medito en el Sagrario, como a un cautivo medito en una prisión. No puede salir de ahí si no le abren la puerta, pasa las horas y los días sin compañía, agradece las visitas de todo corazón… Pero hay algunas diferencias: Cristo está ahí ¡voluntariamente! y ¡es inocente! Los presos normalmente acaban en la cárcel por sus propias culpas, Cristo está en el sagrario para purificar las nuestras. Los presos normalmente van al cautiverio contra su propia voluntad, Cristo está en el sagrario por iniciativa propia… por una iniciativa de amor. Para poder estar cerca de nosotros y para suscitar nuestra misericordia. Cristo se hizo mendigo, se hizo hambriento y se hizo… preso, para tocar nuestro corazón.
El Magisterio de la Iglesia siempre nos ha recordado que visitar a los presos es una de las obras corporales de misericordia. Nada tan hermoso como ofrecer nuestra compañía y consuelo a quien sufre la soledad de su encierro y el peso de su culpa. Los Papas, dando ejemplo, han acudido en muchas ocasiones a cárceles y prisiones para practicar así la misericordia. En una de estas ocasiones Benedicto XVI les decía a los presos
“«Estuve en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 36). Estas son las palabras del juicio final, contado por el evangelista san Mateo, y estas palabras del Señor, en las que él se identifica con los detenidos, expresan en plenitud el sentido de mi visita de hoy entre vosotros. Dondequiera que haya un hambriento, un extranjero, un enfermo, un preso, allí está Cristo mismo que espera nuestra visita y nuestra ayuda. Esta es la razón principal por la que me siento feliz de estar aquí, para rezar, dialogar y escuchar. La Iglesia siempre ha incluido entre las obras de misericordia corporal la visita a los presos.”
En los presos, los cristianos hemos de ver a Cristo, pero también hemos de recordar que Cristo quiso permanecer preso en el Sagrario. En la Hostia, adoremos a Cristo Preso. Sintámonos también nosotros felices de estar ante la Custodia para rezar, dialogar y escuchar. Cristo a la espera de nuestra visita. La Escritura nos recuerda en efecto cómo Cristo estuvo preso:
“Los hombres que le tenían preso se burlaban de él y le golpeaban; y cubriéndole con un velo le preguntaban: «¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado?» Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas. En cuanto se hizo de día, se reunió el Consejo de Ancianos del pueblo, sumos sacerdotes y escribas, le hicieron venir a su Sanedrín y le dijeron: «Si tú eres el Cristo, dínoslo.» El respondió: «Si os lo digo, no me creeréis. Si os pregunto, no me responderéis. De ahora en adelante, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios.» (Lc 22, 63-69)
Cristo estuvo preso durante su pasión, quiso sufrir esa humillante condición de no poder moverse con libertad, de someterse su cuerpo a la decisión de otros, de sufrir vejaciones e insultos de sus carceleros, para solidarizarse con todos los presos de la historia. Pero con el agravante, en su caso, de la suma injusticia. De alguna manera en el sagrario continua esta pasión, en la medida en que no tratamos con el cuerpo de Jesús como a un ilustre huésped sino como a algo despreciable. ¡Qué soledad la de Jesús en aquella noche de prisión! ¡Cuántas penas las de Jesús en el Sagrario!
Pero como contrapunto a ese rosario de insultos, hubo sin duda otras almas durante esas largas horas que quisieron ofrecer a Jesús un rosario de consuelos. Sin duda María, en aquella noche, no pudo pegar ojo, y se postró en adoración del cuerpo de Cristo prisionero por amor. María permaneció velando, consolando con su oración, en su presencia espiritual, no por silenciosa menos real. María fue consuelo y misericordia para Jesús en aquella noche de su cautiverio.
Nosotros en nuestras noches de Adoración también debemos practicar la Misericordia, es decir, visitar a Cristo Preso en la Eucaristía. Limitado y cautivo por las especies eucarísticas, pero todo poderoso por su divinidad. Cristo nos da ejemplo de suma humildad, pues al abajarse hasta el grado material más ínfimo se priva de su misma libertad, pero eso mismo, por la intención con la que está realizado, es modelo de una gran caridad.
Misteriosa paradoja, el preso debería ser yo y Jesús el inocente el que pudiera consolarme, pero Jesús quiso cambiar los papeles, todo lo puso patas arriba, y me encuentro que soy yo, el culpable, quien viene a visitarte a ti, el cautivo. Gracias Jesús.
Más de un santo ha tenido que pasar por una análoga experiencia de la prisión, y a muchos aquello les ha marcado, los pastorcitos de Fátima son un ejemplo:
Cuando, pasado algún tiempo estuvimos presos, a Jacinta lo que más le costaba era el abandono de los padres; y decía corriéndole las lágrimas por las mejillas: – Ni tus padres ni los míos vienen a vernos; ¡no les importamos nada! – No llores –le dice Francisco–; ofrezcámoslo a Jesús por los pecadores. Y levantando los ojos y las manos al cielo hizo él el ofrecimiento. – ¡Oh mi Jesús, es por tu amor y por la conversión de los pecadores! Jacinta añadió: – Y también por el Santo Padre y en reparación del Inmaculado Corazón de María. Determinamos entonces rezar nuestro Rosario. Jacinta sacó una medalla que llevaba al cuello, y pidió a un preso que la colgara de un clavo que había en la pared y, de rodillas delante de la medalla, comenzamos a rezar. Los presos rezaban con nosotros, si es que sabían rezar; al menos, se pusieron de rodillas. (Memorias de Lucía de Fatima, 12-13)
Pero quizá el mayor ejemplo es el de nuestro mismo fundador “A primera vista, parece que no se halla relación alguna entre la santa Eucaristía y la situación de un preso, y entre las circunstancias en que se hallan respectivamente el Santísimo Sacramento y el encarcelado. Pero penetrando con la consideración, hay una afinidad entre uno y otro que no puede ocultarse. […] Sí, Dios mío, vos estáis también preso por amor en la Hostia Consagrada…Preso por amor y por voluntad…sois el consuelo de los que están encerrados por orden de los tribunales…” La lámpara del Santuario” (1.05.1872)
En dos de sus grandes apostolados Trelles supo mirar a Cristo Preso, en la Eucaristía y en los prisioneros. Para consolarlo en el Sacramento fundó la Adoración Nocturna, para aliviarlo en los prisioneros fue comisionado para los canjes durante la Primera Guerra Carlista consiguiendo canjear más de 40.000 prisioneros, verdadero precursor del derecho humanitario, por amor de Jesús. Él siempre tuvo la convicción de que sirviendo a los presos se consolaba a Jesús Preso de Amor.
¿Conoces la pastoral penitenciaria de tu diócesis?
¿Alguna vez había pensado a Cristo Eucaristía como un prisionero de amor?
¿Qué semejanzas y diferencias hay entre el sagrario y una cárcel?