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Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 
 

 

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Temas de reflexión

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Adorar con Fe.

MISTERIUM FIDEI

         “Dios ha afirmado y apoyado su palabra con testimonios irrefutables, y al alcance de la razón humana. El hombre sabe que Dios es infinitamente superior a él, que no puede ni quiere engañar a nadie, y que tiene el derecho de pedir al hombre que le honre por un acto de fe en su palabra, por increíble que sea esta palabra a su limitada inteligencia. Entonces se somete y dice ¡Dios mío, creo! Y lo dice con amor, porque sabe que honra a Dios y le agrada con su fe. Ved ahí un gran acto de virtud. Ved ahí una fe digna de la mirada de Dios, y de los ángeles. Ved ahí un corazón sumiso que mueve el corazón de Jesús, y hace descender sobre él grandes gracias” (L.S. Tomo VII 1876 pág. 409-420)

         La Eucaristía es misterio de fe como ninguno. Tenemos el testimonio irrefutable de Dios “esto es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”, Dios tiene derecho a que le creamos, porque no puede ni engañarse ni engañarnos. Nuestra inteligencia tan limitada es elevada con ayuda de Jesús, y asentimos al gran misterio ¡Creo Jesús! En tu presencia Eucarística y en todo lo que tú nos revelas. Tu palabra es infalible. Adoro y creo Jesús, que esta sea nuestra oración en esta noche.

         En un mundo de incredulidad, donde tanta gente ha perdido la fe, donde se burla la autoridad de Dios y de la Iglesia para enseñarnos lo que no sabemos, nosotros queremos creer. Pidamos hoy al Señor, que nuestra fe nos acompañe a lo largo de nuestra historia, y que la fe nos eleve al cielo.

         “La naturaleza sacramental de la fe alcanza su máxima expresión en la eucaristía, que es el precioso alimento para la fe, el encuentro con Cristo presente realmente con el acto supremo de amor, el don de sí mismo, que genera vida. En la eucaristía confluyen los dos ejes por los que discurre el camino de la fe. Por una parte, el eje de la historia: la eucaristía es un acto de memoria, actualización del misterio, en el cual el pasado, como acontecimiento de muerte y resurrección, muestra su capacidad de abrir al futuro, de anticipar la plenitud final. Por otra parte, confluye en ella también el eje que lleva del mundo visible al invisible. En la eucaristía aprendemos a ver la profundidad de la realidad. El pan y el vino se transforman en el Cuerpo y Sangre de Cristo, que se hace presente en su camino pascual hacia el Padre: este movimiento nos introduce, en cuerpo y alma, en el movimiento de toda la creación hacia su plenitud en Dios”. (Lumen fidei 44)

         Como las dos direcciones de una cruz, la fe nos impulsa hacia adelante y nos eleva hacia arriba. Nos hace penetrar en lo alto y lo ancho del Amor de Cristo en la Eucaristía. Vemos con mayor profundidad que a simple vista, es como un telescopio que nos hacen ver más lejos o un microscopio que nos permite ver detalles escondidos.

         Acercarse a Jesús requiere fe: ¡grande es tu fe!, ¡tu fe te ha salvado! Son muchas las ocasiones en que Jesús alaba en los evangelios la fe de algunos de sus discípulos. Pero otras veces les reprocha ¡hombres de poca fe! ¡oh generación incrédula! Hoy nos sentimos así, tenemos fe en la Eucaristía, pero en realidad, si tuviéramos fe como un granito de mostaza… Pidamos más fe.

         Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. El les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?» Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y le deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.»

         Acudamos a Jesús, como aquella gente, corriendo a saludarle, sorprendidos de su presencia entre nosotros, presentemos el motivo de nuestra dificultad: los malos espíritus no nos dejan ponernos en postura de adoración. Para ellos nada hay más humillante que inclinarse respetuosamente ante Jesús y prestar atención a su palabra.

         El les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!» Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos.

         Pero los mismos espíritus caen ante la Presencia Majestuosa de Jesús. Nosotros también nos inclinamos, pero voluntariamente, y reconocemos con pena, que Jesús tiene razón, que nuestra fe es muy poquita, que apenas nos creemos que Jesús pueda librarnos de las malas inclinaciones, de las culpas acumuladas… con timidez le decimos, si puedes…

         Entonces él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?» Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros.» Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!» Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!»

         Y ante aquella muestra de debilidad, Jesús parece airado ¿cómo que si puedes? ¡Puedo, pero tú has de tener fe!En realidad, es una cara de enfado un poco engañosa, Jesús está llevándonos a una súplica más confiada, más auténtica: ¡Creo, pero aumenta mi pobre fe!

         Sea esta hoy nuestra adoración, como la de aquel hombre, humillándonos ante su presencia, reconozcamos nuestra limitación y acudamos a su poder: puedes Jesús, lo creo, y puedes tanto, que puedes incluso fortalecer mi fe.

         Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración.»

         Fe y oración, fe y adoración, no hay otra receta para expulsar algunos malos espíritus. Los santos lo han tenido siempre muy claro. San Manuel González, propuesto por Juan Pablo II como modelo de fe eucarística nos decía…

          «¡Está aquí! ¡Santa, deliciosa, arrebatadora palabra, que dice a mi fe más que todas las maravillas de la tierra y todos los milagros del Evangelio, que da a mi esperanza la posesión anticipada de todas las promesas, y que pone estremecimientos de placer divino en el amor de mi alma! ¡Está aquí! Sabedlo, demonios que queréis perderme, enfermedades que ponéis tristeza en mi vida, contrariedades, desengaños, que arrancáis lágrimas a mis ojos, pecados que me atormentáis con vuestros remordimientos, cosas malas que me asediáis, sabedlo, que el Fuerte, el Grande, el Magnífico, el Suave, el Vencedor, el Buenísimo Corazón de Jesús está aquí, ¡aquí, en el Sagrario mío! «Padre eterno, ¡bendita sea la hora en que los labios de vuestro Hijo unigénito se abrieron en la tierra para dejar salir estas palabras: «Sabed que yo estoy todo los días con vosotros hasta la consumación de los siglos»!


          ¿Qué sería de mí si perdiera la fe en la Eucaristía?

           ¿Mis actitudes en la Iglesia corresponden a mi fe eucarística?

          ¿Me duele cuando tengo noticia de una profanación?