ADORENLO LOS ANGELES DE DIOS
“De esta real presencia sólo hay un símbolo, uno solo, que le atestigua al alma fiel, y que con ser inanimado parece que propaga el misterio de amor y de sacrificio que allí custodia, bajo la guarda de los ángeles y a despecho de la ingratitud de los hombres. Y este símbolo expresivo y modesto, humilde y magnífico, hermoso y pequeño, inanimado y vivo a la vez, resplandeciente, aunque apenas disipa las sombras de la oscura noche, ni vence las tinieblas del templo, es una humilde luz que vive, arde y oscila en un lugar fijo, y que afecta pasajeros eclipses para reverberar mejor. Este símbolo, este signo, que es material y casi tiene vida, es una lámpara que sostiene un vaso en donde arde una pequeña mariposa” (Luis de Trelles, La Luz, símbolo cristiano, FLT, Vigo, 2016 p.100-101)
Ciertamente es rico el símbolo de la luz. Esa luz que oscila junto al sagrario nos habla de la presencia eucarística, pero también los Santos Padres entendían que cuando Dios “hizo la luz” se refiere a todas las criaturas espirituales, a los ángeles. No es tan diferente, los ángeles y la lamparilla siempre hacen lo mismo, adorar la presencia de Dios escondida en la Eucaristía.
Hoy somos invitados a adorar al Verbo con los ángeles de Dios. Como la Iglesia nos invita en todos los prefacios de la Misa, juntémonos a todos los coros angélicos para proclamar a Dios tres veces santos y postrarnos en su presencia
De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. (CEC 333) En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo; invoca su asistencia en el Canon romano o en la liturgia de difuntos, o también en el "himno querúbico" de la liturgia bizantina y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles custodios). CEC 335
Nuestra misión es la misma que la de los ángeles: adoración y servicio al Verbo encarnado. No olvidemos que cuando Dios introdujo a su primogénito en la nueva tierra dijo “Adórenlo todos los ángeles de Dios”. (Hb 1, 6). No olvidemos que Jesús nos dice que nuestro ángeles “están siempre viendo el rostro de mi Padre” (Mt 18,10). Ellos nos cesan de adorar, en esta noche nos invitan a adorar junto a ellos. Como hicieran en aquella otra noche:
“Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.” (Lc 2, 10-14)
Ángeles fueron los que protegieron a Jesús durante su infancia, avisando a los Magos de las intenciones de Herodes, advirtiendo a José para que huyera o anunciándole que ya podía volver. (cf Mt 1, 20; 2, 13.19). Ojalá los ángeles nos ayuden a ser tan fieles guardadores y custodios del cuerpo de Jesús.
Ángeles fueron los que se le acercaron a Jesús después de las tentaciones del desierto. Para reparar el non serviam satánico que tiene incluso la desfachatez de sugerir a Jesús que le adore a Él, los ángeles buenos por el contrario le adoran y le sirven (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11) Sólo a Dios adorarás ¿Seremos nosotros ángeles de luz?
“Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra.” (cf Lc 22, 43)
Que los adoradores nocturnos podamos escuchar, como aquel ángel estas hermosas palabras después de cada vigilia: “esta noche habéis sido consuelo de Jesús en Getsemaní”
Pero que no nos quedemos sólo en imitar a los ángeles adorando a Jesús ¡ya es mucho! ¡pero no es suficiente! Debemos imitar también a los ángeles sirviéndolo, evangelizando, anunciando. Seamos luz, no sólo para la gloria de Dios, sino también para todos nuestros hermanos que esperan escuchar el mensaje de Jesús.
Como Gabriel a Zacarías y a María (cf Lc 2, 8-14), como aquellos ángeles a la mujeres: “no está aquí ¡ha resucitado!” (cf Mc 16, 5-7). Que podamos unir nuestras voces a aquellos ángeles que cantarán la segunda venida de Cristo (cf. Mt, 24, 31)
Los santos nos animan a venerar y amar a los ángeles, para con ellos, venerar y amar a nuestro Creador:
A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una gran devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de los ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Porque ellos están presentes junto a ti, y lo están para tu bien. Están presentes para protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están porque Dios les ha dado esta orden, no por ello debemos dejar de estarles agradecidos, pues que cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan en nuestras necesidades, que son tan grandes. Seamos, pues, devotos y agradecidos a unos guardianes tan eximios; correspondamos a su amor, honrémoslos cuanto podamos y según debemos. Sin embargo, no olvidemos que todo nuestro amor y honor ha de tener por objeto a aquel de quien procede todo, tanto para ellos como para nosotros. San Bernardo Abad, Sermón 12 sobre el salmo 90: 3,6-8 (Opera Omnia, ed. cisterc, 4 [1966], 458-462)
¿Le he puesto nombre a mi ángel de la guarda?
¿Le pido que me ayude a adorar?
¿Tengo devoción a san Miguel, san Gabriel y san Rafael?