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Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 

 

2007

 

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Diciembre


¡AY DE VOSOTROS, LOS RICOS!

    "¡Ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!" (Lc 6,24-25). "Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios! Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios" (Mc 10,23-25). La pregunta del joven del Evangelio, "¿qué debo hacer para ganar la vida eterna?" equivale a "¿qué debo pagar?", como si la vida en cuestión fuese un bien canjeable por dinero. Por eso recibe una respuesta que le desconcierta: no debes pagar nada. Debes dejarlo todo. La vida eterna no se compra en el mercado de los bienes humanos, porque supera todo precio. Para obtener la vida eterna es necesario sentirse libre de todo lo que corta el camino para llegar a ella. Esta vida se gana con el corazón libre y nadie puede hacerlo mientras está encadenado a los bienes materiales que luchan contra el espíritu. Ganar esta vida es lo mismo que llegar a ser plenamente hombre, mientras que estar dominado por las cosas de este mundo equivale a ser esclavo.

    Hay que distinguir claramente entre poseer y ser poseído. Ese joven ofrece lo que tiene y no comprende la respuesta de Jesús porque se le pide lo que es. Ser y tener, poseer y ser poseído. Llegar a la vida eterna es poseer lo que uno está destinado a ser.

    El joven se alejó triste. Es la tristeza del fracaso, la del haberse encontrado inesperadamente con el verdadero problema que no está dispuesto a resolver. Dejarse esclavizar por lo que uno tiene equivale a cortar el camino que lleva a lo que uno está llamado a ser. Por eso renunciar es triunfar y buscarse a sí mismo es un fracaso. La consecuencia es la tristeza.

    En nuestra sociedad de consumo se habla más de poseer o de placeres que de alegría. Muchos que han pretendido poseerlo todo y experimentar prematuramente todo, viven en una situación de angustia, conflicto y tristeza. Sólo Dios basta. Y sin Dios todo lo demás es insuficiente. La materia y todos sus derivados son incapaces de conducir al hombre a la alegría si para ello sofocan las tendencias del espíritu.

    Para un judío del Antiguo Testamento, las bendiciones de Dios deberían tener una expresión inequívoca: la riqueza. Ahora acaba de enseñar Jesús al joven rico con inquietudes un nuevo orden de valores. La vida de Dios es un bien superior que no se compra con dinero y exige, por el contrario, tener el corazón despegado del dinero.

    A la pregunta del joven rico “¿qué haré para heredar la vida eterna?", dispuesto siempre a acumular, incluso tratándose de méritos y prácticas religiosas, Jesús le hace ver que la vida eterna no se asegura añadiendo, sino más bien restando, vendiendo, dando, hasta quedar totalmente despojado, aligerado y libre para el seguimiento. Siendo esto así, nadie encontrará tantas dificultades como los ricos para entrar en el reino de Dios, porque nadie sentirá tan fuertemente, como ellos, la tentación de apegarse a las riquezas. La imagen hiperbólica de que "más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios", a la que recurre Jesús no es susceptible de interpretaciones edulcoradas, subraya perfectamente esa dificultad que los ricos encontrarán. Pero, en realidad, para nadie será fácil la entrada. Nadie podrá conseguirla por sí mismo, porque la salvación no es una conquista humana, sino un milagro de la gracia divina. El hombre no se salva, es salvado. Su salvación será el don que, anticipado ya de algún modo en este mundo, otorgará Dios en el futuro, como recompensa gratuita, a aquellos que decidan desprenderse de todo por responder a la llamada de Dios.

    La alusión realista a las persecuciones impide ver la recompensa como algo que garantice aquí al discípulo una vida sosegada y libre de preocupaciones. El tiempo presente, aunque marcado ya con el sello de la plenitud futura, es todavía el tiempo de la prueba.

Cuestionario

  1. Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. ¿Realmente dónde está mi tesoro? ¿Tengo alguna experiencia de la alegría de haber seguido la llamada de Jesús?