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Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 

 

2007

 

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Mayo

DICHOSOS LOS QUE AHORA TENEIS HAMBRE

    "Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados" (Lc 6,21). Hambre y sed de Dios. ¿Quién calmará esta hambre y sed de Dios, sino el mismo Dios? Como el salmista que sentía nostalgia de Dios: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?" (Sal 41,2-3). "Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua" (Sal 62,2); o como Jesús a la Samaritana: "Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva... El agua que yo le daré será dentro de él como un manantial de agua viva que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,lo.14).

    Los judíos han descubierto progresivamente la universalidad de la presencia y de la acción de Dios. Sin embargo, para ellos, Dios restringe a Palestina su presencia benevolente, y es únicamente en el templo en donde se ofrece a la sabrosa contemplación de las almas místicas. Como si nosotros nos limitáramos a encontrar a Dios solamente en nuestros rezos, lejos del contacto con los hombres. En esto reside nuestro sufrimiento. Parece que lejos del templo no podemos ver ya su rostro, estar en su presencia delitable, ni empaparnos de él, puesto que nuestra alma languidece junto a Dios y sus delicias. Como una cierva irritada, bramando por las corrientes de agua, así gritamos en nuestra oración nuestra aspiración de encontrar a Dios, inquietos y anhelantes de llegar al Dios vivo, presente y actuante no sólo en el templo, en la Eucaristía, sino también en las personas y en las cosas.

    Con toda seguridad poseemos y podemos gustar, aquí abajo, de ese Dios que quiso fijar su morada entre nosotros, sus delicias son estar con los hombres y quiso quedarse en la Eucaristía. Pero esta posesión de Dios es oscura, inestable, incompleta, sometida a los flujos y reflujos de nuestra vida terrena; no poseemos más que las prendas de nuestra herencia -"El que come de este pan, vivirá para siempre"-, dice el Señor, no alcanzamos a Dios en la noche oscura, aunque nuestra alma, refrescándose en las aguas vivas del Espíritu, desea beber en el río celestial de vida, limpio como el cristal, que brota del trono de Dios y del cordero.

    Dios está presente a veces en una nostalgia vivida. Le anhelamos, le deseamos, pero, ¿dónde está Dios? En el templo, en la tierra, entre los hombres, en las celebraciones litúrgicas, en la nostalgia, en el anhelo y deseo, y, también, insinuado en la naturaleza. Todo en la vida habla de Dios. Es el Dios que nunca abandona al hombre porque está en su interior. Es el "Dios vivo" y "Dios mío", el amigo fiel, el Dios de la Alianza.

    "Dios mío, a ti te busco solícito". Jesús nos insta a que busquemos a Dios, arriesgándonos a encontrar este supremo tesoro, esta perla más preciosa que ninguna otra, dispuestos a sacrificar todo lo demás para poseerla. "Buscad a Dios y le encontraréis".

    Esta búsqueda está ordenada no por simple curiosidad o erudición, sino por la sed, la necesidad de Dios, centro y manantial de nuestra vida. Experimentando esta sed espiritual que no sentía la samaritana, acudimos a Cristo para que nos dé el agua viva que salta hasta la vida eterna. Sin embargo, la presencia misteriosa de Dios Uno y Trino no apaga totalmente nuestra sed; aspiramos a poseerle plenamente: "Deseo morir para estar con Cristo... Dando al olvido lo que ya queda atrás, me lanzo en la persecución de lo que tengo delante, corro hacia la meta... Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos al Salvador y Señor Jesucristo. Nuestra pobre naturaleza no alcanzará su pleno desarrollo, su plenitud vital sino cuando pueda saciar plenamente su sed "en el río de la vida (el Espíritu Santo), clara como el cristal, que sale del trono de Dios y del cordero".

Cuestionario

    1. ¿Verdaderamente tengo hambre y sed de Dios? ¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Cómo alimento esa hambre y sed de Dios?
    2. En este sentido, ¿qué significan para mi las noche de adoración eucarística, mis encuentros con el Señor