DICHOSOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE LA JUSTICIA
"Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados" (Mt 5,6). Habría que situar el hambre y la sed de justicia en la exigencia que de esta virtud impera en la distribución de bienes entre los miembros de una comunidad. Pero con la aparición y difusión del cristianismo, otras virtudes, casi desconocidas hasta entonces, aparecen como sublimes productos del mensaje evangélico, tales como la caridad y la misericordia, que reducen el contenido esencial que la justicia, como virtud, había tenido en el pensamiento filosófico griego. Desde san Agustín comienza a cuestionarse hasta dónde debe llegar, en el cumplimiento evangélico, el amor al prójimo. ¿Hasta dónde se debe, como pide la justicia, o hasta cuanto es necesario para satisfacer el ansia de felicidad del prójimo, como resultaría de la caridad? ¿El alcance de esta bienaventuranza quedaría superada por la siguiente si la virtud de la caridad misericordiosa prevaleciera sobre el contenido más restrictivo de la justicia?
La expresión de "hambre y sed de la justicia" podría extenderse también a la obligación moral de contribuir a paliar, si no es posible resolver, el problema del hambre y de la marginación que sufren millones de criaturas de Dios por toda la geografía terrestre y, especialmente en el llamado "tercer mundo". La justicia que el cristiano debe asumir hoy, desborda su sentido jurídico y social y la espera de la intervención divina para ordenar el mundo y gratificar a los elegidos, e incide sobre los comportamientos éticos en toda la plural dimensión de las actividades del cristiano y la búsqueda permanente de Dios, tratando de cumplir su voluntad como san José, el "Justo", tanto en lo recóndito de nuestra individualidad, como en nuestro protagonismo social. Se trata de que la justicia como realización espiritual, material y cultural se extienda a todos los hombres, superando cualquier individualismo egoísta. Lo inseparable en el mensaje evangélico del amor a Dios y al prójimo, impide que se acumule perfección olvidando hacer justicia al prójimo, es decir, siendo abiertamente solidario con quien más lo necesita, a saber, con el pobre y el oprimido.
"Justicia" sería acomodar el comportamiento de nuestra actividad a la ética y a la solidaridad. A la ética como recta moral ajustada a la naturaleza de las cosas, en nuestra conducta pública y privada; en nuestras relaciones profesionales, ciudadanas, sociales y culturales, y en toda la rica y variada dimensión de nuestra sociabilidad; en nuestra vida privada, especialmente con nuestra familia y con cuantos colaboran a hacernos una existencia más confortable. A la solidaridad, interesándonos por la situación de nuestros prójimos, de los que conocemos, de los que están cercanos, pero no conocemos, de los que ni conocemos, ni están cercanos, evitando la explotación del débil bien profesional o socialmente, asumiendo su defensa y contribuyendo a que desaparezcan o se atenúen espacios de explotación; ayudando tanto a los pobres de medios o recursos materiales, como a los pobres de espíritu; propugnando la justicia como valor social, es decir, la justicia social, como elemento organizador de las grandes y pequeñas comunidades humanas. Sin embargo, las bienaventuranzas no pueden reducirse a un proyecto revolucionario social, pues cualquier otro programa podría reemplazarlas con ventaja. No hay derecho a confundir la fe con una ideología, ni la justicia de Dios con una represalia social.
A los pobres y a los marginados no podemos decirles que se conformen, porque alcanzarán el cielo más fácilmente que los ricos y los acomodados, pues puede ocurrir que su desesperanza los lleve a acciones terrenales que les impidan alcanzar el cielo. Dios no se inhibe del mundo para que los pobres se resignen con el más allá. El Evangelio implica "buena noticia", y las bienaventuranzas son nítidas en señalar que el cielo se alcanza ganándoselo en la tierra, especialmente por quienes fueron favorecidos ayudando a que los pobres y los desvalidos superaran o redujeran sus privaciones y miserias.
No es justo quien se limita a cumplir estrictamente las leyes, pues la justicia evangélica es síntesis del amor al prójimo y modelo de actitud justa: "Sed misericordiosos, en la misma medida que nuestro Padre es misericordioso".
Comentario
- ¿Qué idea tengo de la justicia, justicia legal o justicia evangélica?
- ¿Como me comporto con el prójimo, buscándome a mí .mismo o el bien del otro?
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