Tfno: 914465726;   fax: 915932445        email: consejo@adoracion-nocturna.org         Estamos: C/ Carranza, 3 – 2º Dcha. 28004 Madrid

Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 

 

2018

Enero

Febrero

Marzo

Abril

Mayo

Junio

Julio

Agosto

Septiembre

Octubre

Noviembre

Diciembre

 

Temas de reflexión

Diciembre

La salvaguardia del medio ambiente y la promoción de la paz (12). CDSI Caps X y XI (pp. 231-265).


       El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia pone en evidencia dos temas particularmente urgentes y vinculantes para los cristianos, como consecuencia de su compromiso con la comunidad internacional, es decir, con ese bien común de todos los seres humanos. Se trata del cuidado del mundo o preocupación por conservar nuestro medio ambiente y el tema de promover una paz estable entre las naciones. Son como dos urgencias morales en el momento presente que no podemos eludir ni remitir sólo a unos pocos su realización.

       Sobre el primero, a las reflexiones y principios del Compendio, se ha de unir ahora la enseñanza de la encíclica Laudato si’ del papa Francisco, una verdadera encíclica social no sólo sobre ecología, sino sobre la administración responsable de los bienes de la creación, por parte de los seres humanos; en relación al segundo, tenemos un amplísimo magisterio pontificio que podemos resumir, fijándonos en lo más cercano cronológicamente a nosotros, en la Pacem in terris de san Juan XXIII y en los mensajes anuales de Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco con ocasión de la Jornada mundial de la Paz, celebrada en el 1º de enero.

       Dios en el Génesis crea todas las cosas para los seres humanos; a ellos entrega la creación y la capacidad para gestionarla responsablemente, de modo que mientras dura el tiempo sirvan para el desarrollo y cumplimiento de la vida de todo ser humano y la consecución de su destino sobrenatural. Esto implica para cada persona un derecho sobre los bienes de la creación, que sustenta también el derecho de propiedad y una responsabilidad de tutelarlos pensando en los demás seres humanos presentes y futuros   (hipoteca social).

       Es evidente que esto exigirá el desarrollo de unas legislaciones nacionales e internacionales para asegurar este respeto, tutela y promoción, de la naturaleza y sus recursos, en orden al bien común internacional. Pero nada de esto será posible sin un compromiso y una coherencia de vida personales que actúen como ley inscrita en el corazón. Nadie puede ejercer un dominio absoluto sobre la creación, salvo Dios. Nadie puede extender su “derecho de propiedad” hasta la posibilidad de destruir la naturaleza.

El ser humano, que tiene la capacidad  para configurar y modelar la naturaleza, especialmente gracias al desarrollo tecnológico, no debe ignorar que su “dominio” sobre ella no es absoluto, posee el límite de ser parte de esa misma naturaleza, y también el límite de los derechos propios de cada uno de sus semejantes, de ahora y del futuro. Dos excesos pueden darse en este contexto, el de absolutizar la naturaleza (panteísmo o idolatría), y ver en el ser humano un peligro para su vida, o el de absolutizar el derecho sobre la misma naturaleza hasta llegar a creerse con derecho a destruirla (capitalismo salvaje, estatal o individual). Hay “ecologismos” antihumanistas que de un modo antinatural llegan a propugnar, como un bien, la exclusión o el diezmar a los seres humanos para salvaguardar la naturaleza (viejo maltusianismo y transhumanismo actual), y hay “desarrollismos” que por el lucro (personal, corporativo o colectivo) justifican agotar los recursos de la naturaleza, olvidando los derechos de generaciones venideras. Los católicos hemos de propiciar claramente la dignidad inalienable de la persona humana (un sano humanismo) y hemos de optar con firmeza por modelos de desarrollo sostenibles, que aseguran el derecho a la tierra para las generaciones venideras. El orden sacramental, prefigurado en instituciones del Antiguo Testamento y establecido por Cristo para su Iglesia, eludiendo toda idolatría así como todo deseo de dominio absoluto de la creación, restituye el orden armónico entre los seres humanos y el cosmos, posible verdaderamente sólo cuando se reconoce, frente a la humanidad y la naturaleza, la soberanía de Dios creador. Fuera de este reconocimiento es casi imposible encontrar el sano equilibrio entre las otras dos partes, mundo y hombres.

       Por lo que se refiere a la promoción de la paz hemos de recordar que en la Revelación bíblica la Paz es un atributo divino que expresa la plenitud de la vida, sin merma ni temor. Dios nos expresa su voluntad salvífica, su deseo de llevarnos a la plenitud de la semejanza respecto a Él, dándonos su Paz, la Paz de Cristo. Resulta imposible anunciar el Evangelio sin construir y fomentar la Paz. Pero también se aprende en esta Revelación y en la Cruz de Cristo que a la Paz se llega dando la vida para restaurar la justicia, y estableciendo verdaderas relaciones de caridad. La Paz exige una cultura de perdón y reconciliación que se abre a una verdadera comunión.

       El compromiso cristiano por la Paz obliga a una opción por evitar una cultura de la competitividad absoluta y del imperio de ley del más fuerte y a sustituirla por otra centrada en el respeto por las personas y la consecución del bien común. Así se prefiere, a nivel internacional como a nivel nacional, el imperio de la ley al poder fáctico y a la violencia. No se opta por la desaparición de los Ejércitos o las fuerzas de Orden Público, pero se las pone al servicio de los principios antes enunciados y bajo las leyes que han de hacer cumplir en defensa legítima de los más débiles.

       A nivel interno de las Naciones y en las relaciones entre éstas, los católicos optan siempre por políticas de superación de conflictos, mediante el diálogo, el restablecimiento de la justicia y el perdón y la reconciliación. Las lógicas que levantan las pasiones, suscitan el rencor y la sed de venganza son inadmisibles para los cristianos y constituyen un serio obstáculo para la consecución de la Paz. Del mismo modo las conciencias cristianas, bien formadas, hacen por evitar no sólo el uso de la fuerza más allá de la proporcionalidad y la legítima defensa, sino que descartan las amenazas sobre los más débiles y las carreras armamentísticas que buscan coaccionar a los demás y saltar los equilibrios de justicia por medio del miedo. Evidentemente el cristiano rechaza frontalmente el recurso al terrorismo, aun en los supuestos de situaciones injustas o de falta de respeto de los derechos humanos. Nunca se justifica la muerte de inocentes como instrumento para resolver conflictos.

       Dentro del compromiso cristiano por la promoción de la Paz, don de Dios y tarea humana, ocupa un lugar primordial la oración de los cristianos pidiendo la paz. En cada Eucaristía se nos recuerda con las palabras de Cristo y mediante la oración sacerdotal. En el alma de un adorador eucarístico ha de ocupar un lugar muy importante el deseo de la Paz y el compromiso por ser instrumento de la Paz del Señor en la familia, en la Iglesia y en el mundo.

 

Cuestionario para la oración y reflexión.

       ¿Procuro favorecer con mi ejemplo y acciones el reconocimiento de Dios como creador de quien la humanidad recibe el mundo, para que la ayude a cumplir con su vocación? ¿Qué acciones o actitudes se pueden tomar para trabajar en este sentido?

       ¿En nuestra oración y adoración somos conscientes de estar ayudando a visibilizar el orden de la creación restablecido por la obra redentora de Cristo? ¿Hemos leído y meditado la encíclica del papa Francisco Laudato si’?

       ¿Somos hombres de paz? ¿En nuestra oración ante el Santísimo el suplicar al Señor nos dé su Paz ocupa un lugar prioritario? ¿En nuestros compromisos políticos y en nuestros comentarios en familia o con los conocidos, somos agentes de reconciliación, perdón y paz?