Introducción.
Vamos a abordar en esta ocasión el contenido del capítulo VII del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dedicado a “La vida económica” (pp. 165-190). Se trata de considerar las exigencias morales de la actividad y ordenación de la economía dentro de la Sociedad, tanto a nivel local como a nivel nacional o, incluso, internacional. Precisamente, uno de los rasgos de la economía actual es su alto grado de dependencia internacional (la llamada “globalización” de la economía). Intentaremos destacar las principales enseñanzas de la Iglesia sobre esta materia y ver de qué modo la vivencia de la Eucaristía y nuestra espiritualidad eucarística pueden ayudar a la vida, según estos principios morales.
Aspectos bíblicos y morales (CDSI pp. 165-171).
El fundamento de la economía, desde la tradición bíblica, está en servir al ser humano y ayudarle a hacer un uso y una explotación de los bienes de la creación, que ayuden a todos a vivir dignamente y poder, en el ejercicio de su libertad, capacidad y esfuerzo, desarrollarse conforme al designio de Dios.
En la perspectiva de la Revelación, los bienes de la creación son para todos los seres humanos, los que viven ahora y las generaciones futuras. Un reto de desarrollo y de solidaridad, así como una responsabilidad de custodia y conservación, mirando al futuro. La propiedad es un derecho de uso, que todos tienen, que admite diferencias, pero que no puede tolerar ni exclusiones ni abuso. Como afirmó san Juan Pablo II, la propiedad tiene una hipoteca social. El Compendio insiste en los límites morales frente a riqueza y pobreza y en la exigencia de compartir las riquezas de la tierra y del ingenio y laboriosidad humanos.
La actividad económica no sólo ha de estar sometida a principios morales, requiere una moralidad de los sujetos que la gestionan, para que se conciba y rija verdaderamente al servicio del bien común. En este contexto, se aborda la posición de la Iglesia frente al “capitalismo” o “economía libre”(CDSI n. 335, p. 171), marcando las exigencias que ha de respetar en el orden ético y religioso (sigue aquí a la encíclica Centesimus annus, n.42). Ya en su momento la Iglesia manifestó los graves errores morales del planteamiento “socialista”, al negar el derecho a la propiedad privada y al plantear modelos totalitarios para la economía y la Sociedad (vid. también Centesimus annus, n. 15).
Iniciativa privada y empresa, instituciones económicas al servicio del hombre (CDSI pp. 171-182).
En estos dos apartados del capítulo VII del Compendio que aquí presentamos se trata sobre todo de la “empresa”, del “mercado”, del Estado y de los “cuerpos intermedios” (agrupaciones sin fin de lucro nacidas en la sociedad civil). Todas estas realidades, armoniosamente conjuntadas, han de servir al bien común y son el cauce ordinario para el desarrollo personal de los seres humanos y del desarrollo de la misma Sociedad en su conjunto.
La empresa y su legítima obtención de beneficios constituyen el nervio y la fuerza de la economía libre. La empresa, ciertamente, adopta modalidades muy diversas en función de su tamaño y de su modo de organizarse (familiar, cooperativa, sociedad [anónima o limitada], estatal …). En todo caso, ha de servir para generar “productos” deseados, ofrecer posibilidades de trabajo y conseguir legítimos beneficios. Cuanto más abierta a su constante adaptación (investigación, desarrollo…) y cuanto más comprometida con su medio social (dando trabajo de calidad, produciendo buenos productos, cuidando del medio ambiente y de la promoción humana), la empresa responde mejor a los objetivos que le son propios.
Al Estado corresponde subsidiariamente suplir a la iniciativa privada en casos de urgente necesidad de ordenación sectorial, de promoción del trabajo, de atención a necesidades sociales básicas y coordinación de esfuerzos, en orden al bien común. Hoy se hace urgente afirmar también una autoridad internacional supraestatal capaz de poner orden y minimizar los desequilibrios de un desarrollo económico planificado globalmente. El “libre mercado” es el que facilita la creación y desarrollo de empresas, o las adaptaciones de las ya existentes a nuevos retos. Pero, si es necesario perseguir el beneficio para que las empresas, muestren su sentido y operatividad, éste no puede convertirse en el único objetivo de las mismas; es preciso que, reguladas por el mercado y vigiladas por el Estado, velen también por una justa redistribución de dichos beneficios y por la repercusión social de los mismos. Los “cuerpos intermedios”, así como agrupaciones de empresas o asociaciones “gremiales”, en el marco de una economía libre, pueden cooperar con individuos y empresas para conseguir ampliar y mejorar el funcionamiento de las mismas y contribuir al cumplimiento económico y social de las mismas.
En este contexto el CDSI (pp. 181-182, nn.358-360) trata también del “ahorro” y del “consumo”. Éste es uno de los puntos de mayor confrontación entre las perspectivas morales y económicas y, dentro de la economía, entre las diversas escuelas o teorías económicas. La idea de que una economía funciona y crece sólo si se consigue aumentar el consumo (generando producción o gastando los acumulados de productos) se ha de contrastar. Esta tendencia, que puede disparar la inflación, induce además fácilmente al consumismo, el ser humano considerado como mero productor-consumidor. De este modo, el presunto desarrollo económico arrastra un coste social elevado que se ha de tener presente y compensar, con mecanismos reguladores y correctores. El fomento del ahorro, mucho más presente en otras épocas culturales, es también importante, si es un ahorro que se traduce en “inversión”, generando desarrollo y actividad económica. La gran tentación es revindicar la pasividad económica o un estatalismo comodón y parasitario, que confunde los mecanismos sociales de redistribución de la riqueza con la demagogia del “gratis total” y la cultura de la subvención. Esto favorece la paralización económica, la escasez de empleo de calidad y la fuga o desaparición de la investigación.
Las “res novae” en economía (CDSI pp. 182-190).
En los últimos lustros hemos sido testigos de la globalización de la economía a partir, especialmente, de la supresión de aranceles y el fomento del mercado global con la libre circulación de productos. Pero la falta de mecanismos compensatorios a este mismo nivel internacional, ha hecho aparecer una competencia desleal, un crecimiento económico de países hasta ahora poco o nada desarrollados, pero con graves problemas en la redistribución de la riqueza en los mismos, los fenómenos de deslocalización de empresas y el preocupante problema del desempleo en países desarrollados, con altos costes sociales y problemas de importante y creciente déficit público.
Junto a esta globalización económica, que merma la capacidad de los Estados para crear políticas económicas nacionales y mecanismos sociales compensatorios aptos, se está produciendo un revolucionario desarrollo de nuevas tecnologías, que requiere crecientes inversiones en investigación y modernización de los medios de producción o de prestación de servicios y, al mismo tiempo, emerge un mercado financiero que pone más énfasis en las posibilidades de generar beneficio, que en la creación de riqueza real y de tejido económico estable y duradero. Todo esto reclama a nivel mundial y con la implicación de todos los estados, una profunda reflexión ética y antropológica. La Doctrina Social de la Iglesia la reclama y ofrece las bases para la misma. Mas los intereses nacionalistas (especialmente de las grandes potencias económicas), la pobreza de las propuestas políticas (estancadas en los modelos heredados del pasado) y la presión de grandes conglomerados económicos-políticos-mediáticos, que actúan a escala mundial y como lobbys ante las naciones y en los organismos internacionales, impiden en gran medida el poder vislumbrar una economía al servicio del ser humano y el bien común.
La propuesta del Magisterio Social de la Iglesia insiste, en este complicado contexto, en un desarrollo integral y solidario (CDSI pp. 188-189, nn. 373-374) y en la necesidad, a nivel planetario, de una gran obra educativa y cultural (CDSI pp. 189-190, nn. 375-376). Y la Iglesia católica, con el concurso de otras muchas personas de buena voluntad, no se queda aquí en un mero planteamiento teórico, hace una apuesta, con todas sus fuerzas a nivel mundial, por educar, investigar y favorecer amplios espacios de diálogo cultural y reflexión, tratando de integrar todas estas preocupaciones, sociales, económicas y políticas en el conjunto de su acción pastoral y en su propuesta de nueva evangelización. La acción y continuidad, dentro de diversos estilos personales, de los últimos pontífices es clarísima en este sentido: el beato Pablo VI, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco.
Eucaristía y vida económica.
Puede parecer que todo esto poco tiene que ver con nuestro celebrar la Eucaristía, recibirla en comunión y adorarla, pero no es así. La educación y la creación de una cultura renovada, que propone la Iglesia, encuentra su fuerza y su inspiración en el Misterio eucarístico, en lo que la Eucaristía es, Dios vivo y redentor, presente y actuante entre los creyentes. Revelación actual de un designio creador que nos hace ver el orden de las cosas, las justas relaciones con Dios, entre los hombres y con el mundo. La proclamación eficaz y constante de nuestra dignidad y de nuestro destino. La justa comprensión del valor de las cosas. La Eucaristía, mucho más que un rito de culto y una forma de piedad, es el lugar para descubrir las verdades esenciales para el ser humano, la fuente de inspiración de nuestros proyectos personales y colectivos y la energía ilimitada para hacerlos realidad. Un hombre o una mujer eucarísticos, una comunidad o Iglesia eucarística, son la base y el instrumento para el verdadero progreso humano y para una cultura y una economía verdaderamente capaces de ofrecer a los seres humanos los caminos de la esperanza y la superación de cualquier género de crisis.
Preguntas para la reflexión y el diálogo.
- ¿Hasta qué punto hemos leído y meditado personal y comunitariamente el Magisterio reciente sobre la Eucaristía (San Juan Pablo II: encíclica “Ecclesia de Eucharistia” [abril 2003], exhortación apostólica “Ecclesia in Europa” [junio 2003], carta apostólica “Mane nobiscum Domine” [octubre 2004]; Benedicto XVI: exhortación “Sacramentum charitatis” [febrero 2007], encíclica “Spe salvi” [noviembre 2007]; Francisco, catequesis de los miércoles sobre “La Eucaristía” [2018])?
- ¿Tomamos conciencia de que los grandes hombres y mujeres eucarísticos fueron también promotores de la transformación de la sociedad, con sus obras asistenciales y educativas (por ej. Doña Teresa Enrriquez, don Luís de Trelles, don Alberto Capellán…)?
- ¿Somos conscientes de la necesidad de exigirnos unas Vigilias de Adoración, que eviten toda precipitación y rutina y sean verdadera experiencia de Dios que nos lleve hacia la santidad? En este sentido, la reciente exhortación del Papa Francisco puede ayudarnos mucho (“Gaudete et exsultate” [19 marzo 2018]).