2018
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Temas de reflexión
Noviembre
La comunidad internacional (11). CDSI Cap. IX (pp. 217-229).
Esta realidad, que siempre ha estado presente en la vida social de los seres humanos, la relación con otros grupos externos y contradistintos del propio (una familia respecto a otra, una tribu frente a otra, una ciudad entre otras, hasta un Estado ante los otros Estados), se torna hoy particularmente urgente en un mundo de las comunicaciones y la globalización (de la economía y las ideas).
Realidades como las guerras, que desde el siglo XX se han de considerar “mundiales”, aunque tras la guerra de 1939-45 se desarrollen en su forma “caliente” en focos locales concretos (Corea, Biafra, Paquistán, Vietnam, Oriente Medio, Afganistán, Irak, Siria…) o los flujos migratorios, sea de desplazados forzosos (refugiados) o de masas que buscan mejores condiciones de vida, nos obligan a asumir que hemos de tener una posición moral ante la comunidad internacional y las relaciones que en ella se generan. No hay neutralidad posible, no se puede eludir que hoy cada Estado, cada “comunidad política”, vive plenamente inmersos en el marco de la “comunidad internacional”.
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos lleva en primer lugar a descubrir que la “comunidad humana” (humanidad) nacida del acto creador de Dios es una en su diversidad y anterior a todas las demás agregaciones humanas que podamos considerar. Por eso la insistencia de la revelación bíblica en un común origen de todos los seres humanos más allá de etnias, razas, tribus o naciones, incluso más allá de la diferencia-complementaria de hombres y mujeres. Y esto no sólo porque el Génesis hable de un primer hombre y una primera mujer, sino, sobretodo porque deja claro un único designio y voluntad amorosa por parte de Dios creador, a la hora de que el ser humano comenzase a existir sobre la tierra. Y este designio común sobre toda la humanidad por parte de Dios se ha reiterado constantemente en la Historia, desde los Patriarcas, hasta Israel y finalmente con la Iglesia fundada por Jesucristo. Toda la familia humana nace y se encamina a la unidad de la Trinidad divina. Fuimos creados a su imagen y semejanza: avanzamos hacia esa meta descrita por san Pablo donde Dios lo será todo en todos.
Todos los agregados humanos que se han ido formando a lo largo de la historia, tienden a ayudar, desde el respeto a las esferas más cercanas a cada persona (subsidiariedad), a constituir agregaciones cada vez más amplias hasta alcanzar la unidad perfecta, no por dominio e imposición, sino por el desarrollo de los vínculos de una caridad social cada vez más perfecta. Esto está inscrito en la naturaleza social del ser humano, en la base de su ser personal. La Iglesia sirve singularmente, por designio de Cristo, a esta comunión del género humano; el Concilio la considera “como un sacramento de la unidad del género humano” (con Dios y entre sí).
Tras los horrores de las guerras de 1914-18 y 1939-45 los estados y sus ciudadanos han tomado una creciente conciencia de la necesidad de crear un ámbito legal internacional que exprese las convicciones morales que han de regir la convivencia entre los pueblos de la tierra. Tratando de desterrar la violencia y la amenaza, para que la paz sea estable, así como fomentando la justicia para que no se generen rencores y desigualdades discriminatorias, que denigran la dignidad del ser humano. Si, en otros tiempos de cristiandad en Occidente, esta función procuró cumplirla el Sacro Imperio e incluso la Sede Apostólica, hoy este esfuerzo se ha canalizado a través de las “Naciones Unidas” y sus diversos organismos, así como por el complejo entramado de tratados internacionales y convenciones que se han venido promoviendo a escala internacional.
Todo el derecho internacional, que en buena medida tiene su origen en nuestra Pontificia Universidad de Salamanca, se basa en el reconocimiento sagrado de la persona humana y en la convicción de la unidad radical de todo el género humano, llamado por su propia naturaleza a vivir y relacionarse desde el respeto, la solidaridad y la responsable cooperación por su bien común. Desde su nacimiento en el ámbito jurídico la “Comunidad Internacional” se concibe como la integración, desde el respeto por la propia soberanía, del conjunto de los Estados. Viendo en cada Estado, como unidad jurídica, el medio de asegurar los derechos de los seres humanos y el respeto de sus legítimas diversidades históricas, religiosas y culturales. Pero en el ámbito del Derecho Internacional, la soberanía de cada Estado no puede ser un principio absoluto, se supedita, desde el respeto a la subsidiariedad, al bien común internacional.
Hoy, las imperfecciones de muchas instituciones o instrumentos de agregación social internacional, (Naciones Unidas, Unión Europea…) o incluso de algunos de los más antiguos estados nacionales del mundo (es el caso de España) sirven de pretexto para fomentar corrientes “nacionalistas” que revindican como derecho inalienable e indiscutible ámbitos de soberanía nacional, sea saliéndose de formas de agregación nuevas, como la Gran Bretaña respecto a la Unión Europea, o Cataluña respecto al Estado Español. De algún modo revindican la Nación como rasgo identitario fundamental de la persona o trasladan las consideraciones legales y morales que alentaron en los siglos XIX y XX el proceso de disolución de los Imperios de la era moderna y la “independencia” de los actuales Estados, sobretodo en América y África, a sus reivindicaciones particularistas. En principio creo que un sereno análisis de la Doctrina Social de la Iglesia sobre este particular de la “Comunidad Internacional”, pese a la dificultad que la “pasión” añade a estos temas, pudiese ayudar a los católicos a tomar posiciones más coherentes en lo moral y más eficaces de cara al bien común ante retos como el del “independentismo” o el hoy llamado “antieuropeísmo”.
La Iglesia, desde el respeto de la historia y de las diversidades religiosas y culturales, prefiere la unidad a la disgregación. Por eso busca la justicia en las relaciones y el fomento del respeto por las legítimas diferencias; propone una agregación más por “comunión” que por “uniformación” y se hace así servidora e instrumento de este proceso de lucha por un verdadero “bien común internacional”. Esto es lo que explica que la Santa Sede (Vaticano) acepte y haya procurado ser reconocida como “soberana” en el contexto internacional, para poder personarse y actuar internamente o como observadora en el coloquio y en la toma de decisiones en orden a la constitución y consolidación de un verdadero orden jurídico y moral internacional con dos objetivos prioritarios: la justicia en las relaciones entre los Estados y la paz entre las naciones.
Queda mucho por hacer a la hora de que la Ley reemplace a la simple fuerza en las relaciones internacionales. La presencia de grupos de presión agnósticos o ateos en los organismos internacionales y la consecuencia de su influjo creciente generando legislaciones internacionales de corte materialista dañan profundamente a la humanidad y a las causas de la dignidad de la persona humana, de la justicia y de la paz. Por ello, no basta la presencia de la Santa Sede en el diálogo de la Comunidad Internacional; se impone la acción coordenada de los católicos en sus Estados en orden a una inspiración en el humanismo cristiano y en la moral de tradición bíblica de los acuerdos y leyes internacionales que éstos adoptan.
La Eucaristía es la fuente sacramental primordial de la Comunión Eclesial. Vivir y adorar la Eucaristía nos tiene que dotar de una sensibilidad y aptitud de cara a construir la comunión y generar la unidad. Esto se tiene que reflejar en el ámbito de nuestras familias, trabajos, parroquias, pero tiene que irradiar más allá según los dones y posibilidades de cada uno. Al menos, a todos, nos tiene que llevar a orar con peculiar insistencia por la unidad eclesial y por la unidad de los cristianos, así como por la unidad de nuestra patria y por la consolidación y perfeccionamiento de los instrumentos de cooperación y de agregación internacionales.
Cuestionario para la oración y reflexión.
¿Conocemos la enseñanza de la Iglesia sobre lo que atañe a la “Comunidad internacional”? ¿Qué iniciativas se pueden tomar para mejorar en este campo de la formación cristiana?
¿Se nota en nuestros turnos y secciones de la Adoración Nocturna ese rasgo de la espiritualidad eucarística que consiste en ser “instrumentos de comunión”? ¿Cómo evitar el germen dañino de la disgregación y del particularismo? ¿Qué insistencias convendría hacer en las prácticas y actividades de los adoradores en este sentido?
¿Tomamos verdaderamente en cuenta la Doctrina Social de la Iglesia a la hora de tomar posición ante fenómenos como el “independentismo” o la “inmigración”? ¿Cómo adoradores, hacemos de estas cuestiones objeto de nuestra oración ante el Señor?
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