En este mes de enero, del 18 al 25, todos los católicos, toda la Iglesia en unión con el Papa, celebramos un Octavario de oraciones a Dios Padre. Nos unimos así, con toda el alma a la oración que el mismo Cristo le dirigió:
“En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, Jesús oró, diciendo: Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, para que el mundo vea que tú me has enviado” (Jn 17, 20-21).
El Señor encargó a Pedro que velara y fortaleciera la fe de todos los que creerían en Él por la predicación de los apóstoles, de todos los discípulos. Y desde el primer momento de la vida de la Iglesia –el Concilio de Jerusalén-, Pedro entonces, y después tantos Papas, a lo largo de los años, se han tenido que enfrentar a desuniones provocadas por malas interpretaciones de la Verdad revelada, a la ambición de tantos poderes en la tierra, y en definitiva a la acción del diablo, que anhela sembrar la discordia en la cabeza y en el corazón de los creyentes, y desunir el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
Este anhelo de unidad –“que todos sean uno, como tu Padre en Mí y yo en Ti” (Jn 17)- con Dios, con Cristo, en el Espíritu Santo, en la Iglesia, ha movido el corazón de tantos cristianos a lo largo de los siglos.
Pablo, el “apóstol de los gentiles”, que persiguió con encono a los primeros cristianos, y que el Señor convirtió, después, en el paladín de la fe y de la unidad, escribió bien consciente a los convertidos en Corinto:
“ Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo, poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir. Hermanos, me he enterado por los de Cloe de que hay discordias entre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis diciendo: Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo ¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la Cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Cor 10-13)
L a unidad de los cristianos pasa por la unión de corazones y de intenciones de los católicos. Una Iglesia Católica unida y fiel a la Verdad, a Cristo, será siempre el Faro de Luz que atraiga a todos los hermanos cristianos separados a la unidad “en un solo Señor, en una sola Fe, en un solo Bautismo”:
“Hermanos: Yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo” (Ef 4, 1-6).
En la Constitución Apostólica Unitatis redintegratio, del Vaticano II, se nos recuerda la realidad de las divisiones entre cristianos que se han dado desde los comienzos.
“Ya desde los comienzos surgieron escisiones en esta una y única Iglesia de Dios, las cuales reprueba el Apóstol como condenables; y en siglos posteriores nacieron disensiones más amplias, y Comunidades no pequeñas se separaron de la plena comunión de la Iglesia Católica, a veces no sin culpa de los hombres de una y otra parte” (ibid., n. 3).
Cuestiones pastorales, cuestiones dogmáticas, separan todavía a Iglesias y Confesiones cristianas de la Iglesia Católica. No se trata, y nunca lo ha pretendido así el Movimiento Ecuménico, de alcanzar un cierto “consenso” para conseguir un acuerdo acerca de los dogmas, que contente a todos. No; rezamos para que las diferencias surgidas por situaciones concretas de trato de personas, de entendimiento entre naciones, pueblos, etc., y los malos tratos que de ellas se han originado, desaparezcan en un clima de perdón, y de buen deseo de encontrarnos todos en Cristo, en la Iglesia que Él estableció en la tierra.
Y caminamos, rezando los cristianos juntos, en la esperanza de que la unión se dé, y definitivamente, en la Verdad de Cristo, y de lo que Cristo nos ha revelado acerca de Dios Uno y Trino. Verdades que ha encargado a la Iglesia que “subsiste” en la Iglesia Católica, en Pedro, custodiar y manifestar a todos los pueblos, hasta el final de los tiempos.
“Para que por este camino, poco a poco, superados los obstáculos que impiden la perfecta comunión eclesial, todos los cristianos se congreguen en la única celebración de la Eucaristía, para aquella unidad de una y única Iglesia que Cristo concedió desde el principio a su Iglesia, y que creemos subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca cada día hasta la consumación de los siglos” (ibid. n. 4).
Seamos bien conscientes de que esta preocupación por el restablecimiento de la unión es cosa de toda la Iglesia, de todos nosotros. Nos afecta a todos los que creemos en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre. Si la unidad dentro de la Iglesia Católica es una Luz que anuncia el camino a tantas almas que buscan a Cristo; la unidad de todos los cristianos en una única Iglesia Santa, Católica y Apostólica, sería un testimonio vivo de que la Luz de la Resurrección de Cristo ha llegado hasta el último rincón de la tierra.
Unámonos de todo corazón, y con toda el alma a la oración del Papa por los mártires de la Fe, hoy:
“En este momento de oración por la unidad, quisiera recordar a nuestros mártires de hoy. Ellos dan testimonio de Jesucristo y son perseguidos y ejecutados por ser cristianos, sin que los persecutores hagan distinción entre las confesiones a las que pertenecen. Son cristianos, y por eso perseguidos. Esto es, hermanos y hermanas, el ecumenismo de la sangre”. (Papa Francisco, 25-I -2015)
Con Santa María, Madre de la Iglesia, Madre de todos los cristianos, Madre de todos los hijos de Dios en el mundo, y delante de Cristo presente en el Sagrario, elevemos nuestro oración a Dios Padre con las palabras del profeta Jeremías:
“Reúne, Señor, a tu pueblo disperso, guárdalo como pastor a su rebaño”.