El Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo
“Quien me ve a Mí, ve al Padre” (Jn 14, 9), dijo el Señor a los Apóstoles. Quien contempla el Corazón de Nuestro Señor, contempla el amor que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo tiene al hombre, podemos decir nosotros.
“La plenitud de Dios se nos revela y se nos da en Cristo, en el amor de Cristo, en el Corazón de Cristo” (Es Cristo que pasa, n. 163).
La piadosa devoción al Sagrado Corazón de Jesús hará posible que se realice en nosotros el sueño de San Pablo:
“Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe, para que, arraigados y fundamentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la hondura, la altura y la profundidad; y conocer también el amor de Cristo que supera todo conocimiento, para que os llenéis por completo de toda la plenitud de Dios” (Ef 3, 17-19).
Ese amor de Dios, el Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones (cfr. Rm 5, 5), hará posible que nuestra inteligencia se abra a la luz del Amor de Cristo manifestado en la Cruz; que nuestra memoria se abra al Amor escondido en la promesa de vida eterna que Cristo nos da al anunciar la Eucaristía: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene viene eterna, y Yo le resucitaré el último día” (Jn 6, 54)”; y que nuestra voluntad se abra de verdad a las necesidades de los demás, y así podamos vivir su mandamiento nuevo: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 13, 34).
Al instituir para toda la Iglesia la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús, el Papa Pío XII, señaló con estas palabras el Amor del Corazón de Jesús:
“Con toda razón, el corazón del Verbo Encarnado es considerado signo y principal símbolo del triple amor con que el Divino Redentor ama continuamente al Eterno Padre y a todos los hombres. Es, ante todo, símbolo del divino amor que en Él es común con el Padre y el Espíritu Santo, y que sólo en Él, como Verbo Encarnado, se manifiesta por medio del caduco y frágil velo del cuerpo humano, ya que en “Él habita toda la plenitud de la Divinidad corporalmente”.
(…)
“Finalmente, y esto en modo más natural y directo, el Corazón de Jesús es símbolo de su amor sensible, pues el Cuerpo de Jesucristo, plasmado en el seno castísimo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, supera en perfección, y, por ende, en capacidad perceptiva a todos los demás cuerpos humanos” (Encíclica “Haurietis aquas, 15-mayo-1956).
¿Cómo podremos vivir esos tres amores, que nos indican los caminos que hemos de seguir si queremos manifestar con nuestra vida la realidad del Mandamiento Nuevo?
El Señor quiere que, con nuestra vida demos testimonio de ese su amor a los hombres, y además nos indica: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de Corazón”. ¿Cómo podremos amar y aprender del Señor, si no tenemos en nuestro corazón, el amor de su Corazón?
Ya en el Antiguo Testamento, Dios nos anunció por el profeta Ezequiel que daría a los hombres un corazón nuevo:
“Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo; os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu y os haré ir por mis mandamientos y observar mis preceptos y ponerlos por obra” (Ez 36, 26-27).
La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos trasmite el rostro de Dios en Cristo Jesús, que se conmueve ante el óbolo de la viuda, que llora ante la muerte de Lázaro, que llora sobre Jerusalén por el mal que se hacen quienes le rechazan y no descubren la “hora de Dios”. El corazón de Dios que tiene sed del agua que bebemos los hombres, del amor de los hombres, y agradece, con la Fe, el vaso de agua de la Samaritana.
La devoción al Sagrado Corazón abre nuestro corazón, nuestra capacidad de amar, en tres dimensiones:
-Amar a Dios, Uno y Trino.
-Amar a los demás y vivir con ellos la Comunión de los santos en el bien, y sufriendo y
padeciendo con ellos en el mal físico y moral, ayudándoles para que se arrepientan de sus
pecados y vivan la redención en el amor de Dios.
-Amar a todos, como Cristo los ama.
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn15, 13).
Damos nuestra vida a Dios adorándole en la Eucaristía, dando testimonio de nuestra Fe, de nuestra Esperanza, de nuestra Caridad, anunciando a amigos y conocidos su Nombre, y rezando con todo el corazón ante el Sagrario por las necesidades de la Iglesia, por el aumento de las vocaciones sacerdotales, por el Papa.
Damos nuestra vida a los demás viviendo con todos sus afanes, sus alegrías, sus tristezas, sus triunfos y sus aparentes fracasos; alejando de nosotros todo egoísmo que nos lleva a pensar solamente en nosotros mismos y en nuestros intereses.
Damos nuestra vida a todos, sirviéndoles con nuestro trabajo profesional, en la casa, atendiendo sus necesidades, también materiales cuando es preciso, acompañándoles para que no sufran la soledad.
María Santísima, al pie de la Cruz, nos enseña a amar el Corazón de su Hijo que muere amándonos.
Cuestionario
- - Cristo nos enseñó a amar muriendo en la Cruz por nosotros. ¿Sé amar y servir a los demás, aunque a veces eso me comporte sufrimientos y sacrificios?
- - ¿Le pido a Dios Espíritu Santo que me enseñe a amar a Dios Padre con el corazón de Dios Hijo, Jesús?
- - ¿Manifiesto mi amor en familia, alegrándome de todo corazón por los dones que Dios nos da?
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